Vascos en el mundo

¿Es el euskera ural-altaico?

No sé qué es lo más interesante de lo que le he leído en Argia a Antton Egiguren, un franciscano nacido en Beizama que ha vivido en medio mundo y domina diez lenguas vivas. Por empezar con alguna: “Cuanto más del mundo soy, más quiero al euskera, a Euskal Herria y a nuestra lucha”. Antton vive ahora en Lovaina, y ha vivido antes en Corea, Inglaterra, Thailandia, China, Canadá, Italia, España…

Su etapa coreana le sirve para comprobar cuán diferentes son su cultura y la nuestra, y para afirmar que la sintaxis del coreano y la del euskera tienen muy interesantes puntos de contacto. Cuando lo estaba aprendiendo se dio cuenta de que algunas construcciones que él asimilaba de inmediato, otros necesitaban quince días para interiorizarlas.

  

A partir de ahí, lanza una teoría muy sugerente: que el euskera podría incluirse en la rama ural-altaica, como el coreano, cuyo abecedario se clasifica en la rama lingüística de ural-altaico, que incluye también al mongol, el húngaro, el finlandés. “Me puse a pensar si no vendríamos también de ahí los euskeldunes”.

No rehuye tema alguno, ni divino ni humano. Dice así que todas las fronteras son falsas, que todas han sido levantadas guerras, violencia, terrorismo de estado mediante, con la bendición de la católica y apostólica iglesia de Roma. No hay frontera que no se pueda por tanto cambiar, es su conclusión. Aunque el papel de ellos, los curas y la iglesia, es el de tender puentes: no diré yo que Euskal Herria debe ser una nación independiente, y no hay cardenal al que le corresponda decir “España una santa apostólica y por la gracia de Dios”.

Viviendo en el corazón de Europa, observa que los proyectos europeos de Adenauer y Schumman, como que se han desvanecido o corrompido. Habiendo vivido como emigrante, defiende que el emigrante abusado tiene derecho a defenderse y aplicar su lógica. Habiendo vivido con enfermos terminales, por SIDA, en Thailandia, sostiene que la persona se muere cuando desea hacerlo: sus enfermos se morían, por ejemplo, tras haber arreglado cuentas, haberse reconciliado con sus familiares. Nadie debe morir solo. A eso se dedicaba él, a acompañar, cuando el tratamiento médico ya no servía.

Habiendo vivido en China sabe que Confucio decía que “tú y yo podemos tener ideas religiosas diferentes, pero acordemos las que nos pueden unir”. Nuestras religiones son muy distintas, recuerda: en nombre de Dios se han hecho muchas guerras. Habiendo vivido con los más desfavorecidos, concluye que en algunas cosas Marx tenía razón. Tenía razón cuando dijo por ejemplo que le religión es el opio del pueblo.

Antton Egiguren Iraola estudió en Arantzazu, y allí supo, con quince años, del renacimiento cultural de nuestro pueblo. Allí conoció, en 1968 -¡cuántas cosas pasaron en 1968!- a Villasante, Iratzeder, Gabriel Aresti, Basarri, en plena trifulca por la “h”. Dice que le conoció también a Txillardegi, pero ahí se equivoca, porque José Luis no podía ir entonces a Arantzazu, porque Txillardegi estaba entonces en Bélgica. Lo que sí debió conocer de éste es lo que escribía, todo lo que escribía, que no paraba.