Vascos en el mundo

El teólogo vascosalvadoreño Jon Sobrino no cabe en el Vaticano

Lo cuenta hoy, viernes, en El Mundo José Manuel Vidal, que en estos asuntos es de fiar. La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene preparada una condena pública del teólogo jesuita vasco-salvadoreño Jon Sobrino. El Vaticano le acusa de falsear la figura histórica del Jesús histórico, “de no afirmar abiertamente la conciencia divina del Jesús histórico”, de subrayar excesivamente su humanidad y ocultar su divinidad.

Tanto la Compañía de Jesús, a la que pertenece Jon Sobrino, como el propio teólogo conocen ya la nota vaticana. Entre otras cosas, porque, antes de proceder a su condena, Roma le pidió que rectificase por escrito. Sobrino puso el asunto en manos de su superior, el padre Kolvenbach, prepósito general de la Compañía, quien, según esta versión de Juan Manuel Vidal, le contestó: «Piénsatelo y cualquier decisión que tomes será apoyada por la Compañía». Después de pensárselo, Sobrino optó por no rectificar.

  

Jon Sobrino SJ nació en Barcelona el 27 de diciembre de 1938 por culpa de la guerra incivil, de familia vasca. Está en El Salvador desde 1957. Se salvó de ser asesinado en la UCA con Ignacio Ellacuría, sus otros siete compañeros jesuitas y las dos mujeres que trabajaban en la casa porque estaba de viaje. Era compañero entrañable también del entrañable Jon Cortina, fallecido hace un año en Centroamérica. Siempre dio testimonio a favor de los débiles, siempre denunció la opresión, la pobreza, la marginación. Es uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación, junto a Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff.

Jon Sobrino fue elegido en el año 2000 “Vasco Universal”, galardón con el que Gobierno vasco y Caja Laboral distinguen “a aquellas personas, asociaciones o entidades vascas o de origen vasco, cuyas labores o acciones desarrolladas puntualmente ó a lo largo de su trayectoria profesional y/o personal, hayan supuesto una proyección y repercusión notables y positivas de la imagen de Euskadi en el exterior”.

Grabé con él una larga conversación en la UCA, al lado de donde se perpetró la matanza, hace quince años. La conservo, la guardo junto a otras tres conversaciones muy especiales de las centenares que me ha tocado tener y registrar en mis casi cuarenta años de profesión. No es un hombre fácil. No parece tener tampoco la mejor salud del mundo. Creyó que éramos otros periodistas más en busca de no sé que sensaciones.

Acababa de firmarse la paz, o lo que fuera, entre gobierno salvadoreño y guerrilla. No nos recibió bien. Luego, después de hablar con Juan Lekuona, que estaba allí llenando en lo que podía el hueco de Ellacu, nos dio toda la atención y todo el tiempo del mundo. Habla pausadamente, piensa mucho lo que va a decir, hace largos silencios, en los que se cuelan los gritos chillones de unos guacamayos. Y los clics de la cámara de Angel Ruiz de Azua.