Un viaje en tren por la ruta más americana del Norte Ibérico

La cornisa cantábrica se puede recorrer y mirar desde el mar, o desde el tren. Un tren de vía estrecha en este caso, el Transcantábrico, acondicionado para usarlo además como hotel con comodidades. Acabo de regresar de un viaje que empezó en la estación más bonita -me atrevería a decir que la única bonita, porque las otras son, ahora que lo pienso, bastante vulgares- de Bilbao y concluyó en la de Ferrol. En medio, Santander, Llanes, Gijón, Luarca, Ribadeo, Viveiro, Ferrol, y un montón de pequeños pueblos al margen de autovías y de historias modernas.

Hace unos años se proyectó un Eje Atlántico desde el norte de Portugal hasta el norte de Francia, pasando por Galicia, Asturias, Cantabria, Euskadi, el Sudoeste francés, Bretaña, Normandía. Se trataba de cohesionar una región europea con intereses y problemas comunes para hacer frente al eje Mediterráneo con gran protagonismo en la Unión Europea. Aquello, como que quedó en nada. Y es una pena, porque lo de asomarse al mismo mar facilita complicidades y tareas comunes.

  

Recordaba esto mientras recorría el norte peninsular, lleno de las mismas historias de emigrantes, de pescadores, de campesinos y pastores, mineros y peregrinos. La geografía manda mucho. La cantábrica ha dictado la historia de siglos de estos pueblos parecidamente diversos, tempranamente recorridos por pueblos y culturas marineras. Lo único que no se entiende bien en esta geografía asomada al Golfo de Bizkaia -sí, al de Bizkaia que ha prestado nombre a unos cuantos refugios de América- es que alguien pretenda presentarla como ariete reconquistador de no se sabe qué prendas arrebatadas.

El Norte existe. Existe en un sus parecidos y en sus particularidades. Existe en su culto al comer y al beber. En su gastronomía pegada al paisaje y a sus paisanos, a la variedad de productos y temporadas. Si se decide un día a recorrerlo en el Transcantábrico venga advertido, advertido de que va a tener tentaciones insuperables que le llevarán a comer seguramente más de lo razonable. El Norte peninsular ibérico es un espacio para el yantar, como pocos.

Este Norte existe cara al mar que al otro lado tiene a América. Cada ciudad, pueblo y pueblito de esta región tiene algo que contar y mostrar de México, de Cuba, de Venezuela, de Argentina, de Chile. Las palmeras anuncian cada casa de indianos, así hubieran hecho su fortuna en la América sin palmeras. Los indianos, los emigrantes afortunados, levantaron casinos y escuelas. Fundaron diarios y centros asistenciales en los lugares donde vieron la luz, para que su buen nombre se inmortalizara, allí donde eso importa: en la tierra de sus padres.

Esta es la tierra que recorrí desde dentro, desde una perspectiva templada y reposada, la del tren, durante cuatro días, con bastante mejor tiempo que el tenemos ayer y hoy, afortunadamente. La experiencias vale la pena. Es, sin duda, una ruta llena de América. Tal vez sea esto lo que les trae a final de mes al Primer Encuentro Internacional de Vía Métrica a representantes de Colombia, de Argentina, de Guatemala, México, Chile, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Paraguay, Ecuador… El Transcantábrico se llamará durante una semana el Tren de la Diversidad, pero no se fíen, porque seguro que encuentran ahí mucho de ustedes.

Deja un comentario


A %d blogueros les gusta esto:

Confianza online