Vascos en el mundo

¿Qué pensará mi asistenta?

Esta es la tercera semana en que una señora de la limpieza viene a limpiar nuestra casa. Han pasado meses desde que decidimos contratar a una asistenta pero sólo 5 semanas desde que finalmente lo hicimos. La nuestra viene cada 15 días y, todo hay que decirlo, limpia a conciencia. Al contrario que la mayoría de los neoyorquinos vivo en una casa grande, de dos pisos, con dos baños, moqueta en el piso de arriba y cantidad de cachivaches que hemos ido coleccionando a lo largo de los años, a los que quita el polvo de manera concienzuda.

  

No conozco a mi asistenta, ni siquiera he hablado con ella por teléfono. Esas son algunas de las tareas que dejo para mi compañero. Supongo que ella conoce mi cara por las fotos desperdigadas en mi oficina, que supongo, no tendrán ningún significado para ella: en una aparezco en compañía del lehendakari Ibarretxe, en otra con Uxue Barkos, personajes a los que ella, filipina de origen, seguro que desconoce por completo. Hay además fotos de mis sobrinos, en una de ellas mi sobrino Koitz aparece vestido tan solo con un pañal (hoy es un adolescente de 13 años). La primera semana pensé en quitarla. “¿Y si me denuncia a la policía?”, pensé. Pero se me olvidó hacerlo y la policía no ha aporreado la puerta de mi casa. A veces pienso que me estoy volviendo tan majara como algunos estadounidenses.

Hoy pensaba que mi asistenta, aunque no me conoce, se habrá hecho un juicio sobre mí. Al fin y al cabo las asistentas o señoras de la limpieza –esta no lava ni plancha ni cocina, al menos no en nuestra casa- escrutinan, para limpiar, cada rincón de tu hogar. Las paredes de mi casa, también las de mi oficina, están llenas de arte: fotografías originales de algunos de mis fotógrafos favoritos como el holandés Paul Blanca o el estadounidense Brian Riley, algunos dibujos eróticos, cuadros pintados por artistas desconocidos, un par de cuadros que pintó mi madre… Videos, revistas y DVD’s de todo tipo campan además a sus anchas por cada rincón de la oficina.

Acabo de echar un vistazo a la estantería detrás de mi ordenador y veo que abundan los libros de fotografía de desnudos masculinos: Peter Hujar, Duane Michaels, Anthony Goicolea, Greg Gorman, Sára Saudková, Howard Roffman, Robert Mapplathorpe, Pierre et Gilles… Dios santo, ¿qué pensará esta mujer de mi?.

Cada dos lunes, mi asistenta limpia cuidadosamente mi colección de teléfonos: el rojo fabricado en Polonia en los 70 que compré en Montreal, el verde tipo góndola que adquirí en una tienda de Nueva Orleans poco antes del paso del huracán Katrina, el marrón de no sé qué año que utilizamos cuando el famoso apagón de hace varios veranos en Nueva York… ¿Pensará que estoy obsesionado con los teléfonos?. ¿Habrá probado si funcionan como hizo mi amigo Joxan hace unos días?

Sin duda, habrá visto también una pequeña imagen de Jesucristo que mi madre me trajo hace unos cuantos años cuando vino a visitarme a Nueva York… ¿Porqué me la habría regalado? Nunca consideré a mi madre precisamente como una mujer devota… Quizás esta imagen haya hecho que mi asistenta me considere una buena persona. ¿A qué pensará que me dedico? ¿Trabajador de la compañía telefónica? ¿Dependiente de una tienda de videos y revistas?. Claro que también habrá visto las decenas de pases de prensa de diferentes eventos a los que he asistido en los últimos meses… ¿Habrá abierto los armarios y mirado en el interior de los cajones? Yo tampoco sé qué pensar de ella… ¿Será discreta o le gustará fisgar hasta en el último rincón de la casa?. Limpia bien así que no le quedará mucho tiempo para otras cosas.

A veces me pregunto si deberíamos haber contratado a uno de esos que se anuncian en las revistas especializadas y que limpian completamente desnudos. ¡Pero si no estoy en casa en todo el día!. De hecho, y por lo que a mi concierne, mi asistenta filipina podría perfectamente estar limpiando en bragas o completamente desnuda y yo sin enterarme…

Si a mi no me importa cómo limpia, espero que ella no me juzgue por los objetos que ve y a los que, religiosamente, quita el polvo cada dos semanas. Si esta mujer trabaja, como lo hace, en Nueva York tiene que estar acostumbrada a casi todo. Mientras siga limpiando como lo hace, que piense lo que le de la gana.

¿Me la habré cruzado alguna mañana camino del metro? Ella tienen que saber qué cara tengo… ¿Sería aquélla que el otro día me miró en el andén de la estación con cara de pocos amigos?.