Pedro GarcÃa tiene una medalla de oro olÃmpica, un piso recién comprado en el barrio de Sant Andreu de Barcelona y alergia a los gatos. Mientras jugaba al waterpolo fue
drogadicto, cocainómano para más señas; escapó de la adicción, ha publicado un libro y le esperan varias conferencias para explicar cómo un deportista de elite recurre a la droga y regresa para contarlo.
Para bucear en la historia de Pedro ‘Toto’ GarcÃa, campeón del mundo, máster en dirección de hoteles y terapeuta, conviene remontarse años atrás, allá por 1980.
“Una familia de clase media alta, de colegio pijo y uniforme Lacoste, que económicamente se viene a pique. De ahà a un cambio de colegio, a pelearme en la calle. Me amenazan, me tengo que defender, y empiezo a generar una burbuja de chico duro, cuando en realidad, sigo siendo un sensiblón”, explica.
Con doce años, Pedro ve cómo sus padres se divorcian. “No es me convirtiera en adicto por eso, pero empiezas a ir por un camino que te lleva al alcohol. A los 17 años, cuando llegué a Barcelona, ya era un alcohólico. BebÃa cantidades descomunales”.
Pedro GarcÃa mezcló waterpolo, alcohol y drogas durante más de quince años. Lo explica en ‘Mañana lo dejo’, relato de un deportista que sobrevivió a la adicción después de ocultarla como pudo durante su paso por la elite del waterpolo.
A veces, se dosificaba. Otras, empleaba trucos. Como el del gato. “Mañana entrenamos, 8.000 metros, pero me apetece salir. Al dÃa siguiente, con la resaca, me pongo un gato en la cara. Soy alérgico y la cara se me puso como la del hombre elefante. ‘Dragan (Matutinovic, ex seleccionador nacional), mira lo que me ha pasado’, le decÃa. Y me enviaba a descansar”. Una excusa que retrata a la
perfección la idea que obsesiona a Pedro, el autoengaño. Una de sus palabras de referencia, indispensable para explicar sus años de adicto.
“Piensas: saldré y tomaré poco. Mañana lo dejo. Pero era engañarte a ti mismo, porque con una copa no era suficiente. Es una cuestión de quÃmica, de dependencia. Una enfermedad. Las zonas del placer de tu cerebro siempre tienen que activarse con esas sustancias, no eres capaz de activarlas con otras cosas. Por eso la droga engancha tanto”, cuenta.
Pedro quiso titular su libro ‘Una copita más’, tres palabras que resumen su idilio con la noche. “SalÃas pensando que sólo tomarÃas una copita más, que ibas a volver pronto, a las doce en casa. Y volvÃas a las doce, pero del mediodÃa siguiente”.
La espiral de desenfreno se frenó a mediados de 2003. Curiosamente, cuando comenzaba el Mundial de Barcelona. Pedro GarcÃa ingresó en un centro de desintoxicación, en el que ahora trabaja como terapeuta. “Al principio pensé que habÃa entrado por voluntad
propia. Pero honestamente, entré en el tratamiento porque se me habÃan acabado los recursos. No tenÃa contrato, me habÃan echado de la selección, no tenÃa pareja. VivÃa con mi madre. Y le dije, ‘llévame a un centro’. No podÃa seguir culpando a nadie más”.
Fue el momento decisivo, el punto de inflexión. “Pero por poco que hubiera podido, me habrÃa seguido engañando”. Joan Jané, seleccionador entre 1993 y 2004, le habÃa retirado de la selección por indisciplina. “Si me readmite, yo ahora podrÃa estar muerto. Cuando me rechazó, aquello parecÃa el fin del mundo, pero ahora pienso que me dio la vida porque me hizo pensar”.
Atrás quedaban noches surrealistas. Repartiendo ‘flyers’ de discotecas. Llevando ‘camellos’ a las cenas del equipo. O como en Sydney, en la despedida de los Juegos. “Casi pierdo el avión de vuelta. Se me hizo de dÃa en casa de unos australianos y llegué justito al aeropuerto. ÃY eso que habÃamos quedado cuartos!”.
Ya en el centro de recuperación, Pedro GarcÃa encuentra a monitores y terapeutas que le abren los ojos. “Ellos te ponen delante tu auténtica realidad. Y lloras hasta reventar”. Estuvo dos años sin ver un partido de waterpolo, sin leer diarios deportivos. “Te sientes Calimero”, apartado del mundo…
La táctica inicial es convencer al adicto de que la droga le ha convertido en un don nadie. “Tienes que sentirte como un gusano verde escupido. Si no, no sales. Si tú te crees que todavÃa eres alguien, nada de nada. Tú decides si quieres seguir drogándote o no. Hay que bajar a las calderas para empezar a subir poco a poco. Dejar
de justificarse: un adicto es capaz de matar a alguien y justificarlo. Y eso te impide ver la realidad”.
Repasando la historia de Pedro surgen preguntas inevitables. ¿Cómo es posible ganar medallas de oro y campeonatos del mundo, ligas y europeos, mientras uno se droga sin medida? “RendÃa en el agua porque era mi obligación. SabÃa que si salÃa una noche, al dÃa siguiente tenÃa que dar la cara doblemente. Pero al final, sólo entrenas y duermes. No tienes capacidad para estudiar. Intenté estudiar INEF dos años, pero ya no podÃa. En lugar de decir, ‘no salgo porque mañana entreno’, es al revés. Sales, y ya te inventarás una excusa”. Como la del gato con Matutinovic.
La conversación con Pedro, imponente planta y educación exquisita, sólo sufre un ligero bache cuando surge el nombre de Jesús Rollán, compañero de quinta, Ãntimo amigo, fallecido el 11 de marzo de 2006.
“Mi vida no se entiende sin él. El me contagiaba su energÃa en el agua. Aún hoy, me ponen imágenes suyas y me echo a llorar”. La familia de Jesús le ha pedido que no hable demasiado de él. Cuando Jesús Rollán llegó al centro de rehabilitación, Pedro ya era un veterano de la recuperación. “Simplemente, mi amigo estaba enfermo”,
recalca Pedro.
Jesús Rollán no fue capaz de escaparse. Pedro GarcÃa ayuda a gente -catedráticos, médicos, hombres de negocios- a hacerlo cada dÃa. Se convirtió en terapeuta “de manera circunstancial”, después de una experiencia como ayudante de recepción en un hotel de Marbella. “Me ofrecieron ser monitor aquà y noto que me gusta transmitir el mensaje. Pero no tengo vocación de terapeuta, más bien de comunicador”.
En su terapia, Pedro invita a los adictos a ver ‘DÃas de vino y rosas’, la pelÃcula de Blake Edwards. “Hay un momento en el que Jack Lemmon llega a casa lleno de botellas. Yo era asÃ: compraba tres filetes de pollo y todo lo demás, botellas. Asà eran las barbacoas de mi casa”.
Aunque su currÃculum deportivo aún impresiona, Pedro tiene “una espinita clavada”. Un peldaño más arriba, una Olimpiada más. “Fui uno de los más considerados del mundo, pero no llegué a ser un crack. Llegué a lo más alto, pero la droga no me permitió llegar donde hubiera querido”.
Ahora, el futuro de Pedro se escribe con letras sencillas desde su pequeño piso de Sant Andreu, aún con los muebles de la viejecita que lo ocupaba hasta hace poco. Ha probado lo de ser entrenador de waterpolo, en una universidad de Tailandia durante un par de meses. Dará charlas a niños de 14 y 15 años “para ayudarles a protegerse” y
seguirá disfrutando de su libro y de sus dos hijas. “Antes, siendo campeón olÃmpico, era un infeliz. Ahora, con cuatro cosas, soy feliz”.
Javier Giraldo (EFE)
Desde aquà le doy las gracias a Pedro GarcÃa por escribir un libro que es tan valioso. Has ganado el partido más importante.
Salir de una adicción es un proceso que se activa con una luz que se enciende en tu cabeza tras una caida que hace verte tumbado en el suelo y darte cuenta de que tienes un problema. Pero cuando ves aun niño observarte con su mirada inocente te ves a tà mÃsmo y te ves relfejado en ese niño, y piensas que debes levantarte, que debes luchar por recuperar el niño que fuiste y recuperar tu familia o encontrarla.