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Entender el Partenón

La semana pasada hablé de cómo, a mi juicio, la mayor parte de las veces que nos enfrentamos a una obra de arte no llegamos a comprender por entero el significado que ésta tuvo para sus creadores. Algo que sucede de forma más acusada cuanto más alejada está de nuestra herencia cultural o de nuestra sociedad actual.

Pues bien, esta semana comenzaremos a desentrañar algunos de los significados de las obras a las que se hacía referencia en el texto y la primera de ellas será la más antigua: los frisos del Partenón.

Posiblemente, la decoración escultórica del Partenón, junto con el templo mismo, sean las obras de la antigüedad clásica más universalmente conocidas. El conjunto, creado entre el 447 y el 432 a.C., formó parte del programa constructivo de Pericles, desarrollado en el contexto de su política de exaltación de Atenas, tras la victoria griega frente a los persas, ocurrida medio siglo atrás.

Este contexto histórico fue decisivo tanto para la construcción de un templo de estas características, como para la determinación de su programa iconográfico. Las denominadas Guerras Médicas supusieron para los griegos y, en especial, para los atenienses, que se autoproclamaron líderes de las polis griegas en la contienda y en la paz posterior, un punto de inflexión en su historia y en su posición en el marco de la política mediterránea. Esta fue una de las escasas ocasiones en las que las diferentes polis fueron capaces de ponerse de acuerdo para hacer frente a un enemigo común. Y lo hicieron en dos guerras que se dirimieron con gestas heroicas, aún hoy recordada, como las batallas de Maratón o las Termópilas.

Los atenienses quisieron ver en estos hechos como su forma de vida, su filosofía, contaba con el beneplácito de los dioses que les habían otorgado la victoria frente al que, hasta el momento, se consideraba el mayor ejército conocido. Los persas habían sido castigados por su orgullo, mientras la contención griega había sido recompensada.

Los atenienses, además de abanderados de lo griego frente a los bárbaros, habían sufrido en sus carnes lo peor de la guerra y tuvieron que ver como su amada ciudad era arrasada y sus templos destruidos por los enemigos, mientras sus ciudadanos tuvieron que huir.

Nada de esto iba a olvidarse y cincuenta años más tarde la ciudad, al mando de Pericles, comenzará a levantar un nuevo conjunto monumental en la Acrópolis, con un claro significado propagandístico, encaminado a cantar las glorias de Atenas, en cuyo centro se alzará el Partenón.

El templo, dedicado a Atenea, vino a sustituir a otro previo que había sido destruido durante las batallas. Todo en él, su arquitectura, sus proporciones, sus correcciones ópticas, su decoración… está relacionado con la filosofía que inspira la época de Pericles. El orden, la medida, el equilibrio… están presentes en cada uno de sus bloques de mármol.

El edificio concentra su decoración en tres zonas bien diferenciadas: el friso exterior dórico, compuesto por metopas, el friso interior jónico y los frontones. En cuanto al primero, cada uno de los lados exteriores del templo estaba decorado con una temática diferente: al este la Gigantomaquia, al oeste la Amazonomaquia, al sur la Centauromaquia y al norte la Iliupersis o destrucción de Troya. Cada uno de estos enfrentamientos mitológicos representaba de forma clara para los antiguos atenienses la contienda vivida años atrás en la que lo griego había tenido que hacer frente a lo bárbaro. Gigantes, Amazonas, Centauros y troyanos representaban en el mundo griego a lo arcaico, lo salvaje, lo incivilizado o lo extranjero y en base a esa analogía, representaban también a los persas.

En el friso interior y en los dos frontones se rinde homenaje a la diosa Atenea, protectora de la ciudad y, sin duda, la aliada más buscada ante cualquier batalla, puesto que según la mitología griega, Atenea siempre se proclama victoriosa. El friso de las Panateneas, representa la procesión que, cada cuatro años, se celebraba en la ciudad, en el contexto de las festividades en honor a la diosa: las Grandes Panateneas.

En los frontones la diosa también tenía el papel protagonista. Al este, sobre el acceso principal del templo se representó el Nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus. Un tema que conectaba, directamente, con la idea de invencibilidad de la diosa y con su poder como guerrera. Al oeste se representó la Lucha de Atenea contra Poseidón por el dominio del Ática, es decir el enfrentamiento entre ambos dioses por hacerse con el gobierno de la polis y de su territorio. Atenea estará ligada para los atenienses, no sólo con ese concepto de protección frente a los enemigos, sino también con la idea de la civilización, de lo urbano. Enseñó a sus ciudadanos a utilizar el arado, a domar a sus caballos, a tejer, les concedió el olivo… en suma, la intervención mítica de Atenea supuso el desarrollo de la civilización urbana de la polis.

Lo recogido en estas líneas no es más que una aproximación a los pensamientos que cualquier ateniense del siglo V a.C. podría evocar al contemplar el templo de Atenea y su decoración escultórica. Muchas otras relaciones podrían establecerse que encontrarían respuesta directa en el contexto cultural griego. A pesar de la dificultad evidente, para cualquiera de nosotros, de relacionar el Partenón con muchos de estos pensamientos, de lo que no cabe duda, como ya dije anteriormente, es de quela magia y la belleza de las obras de arte radica en su variedad de significados. Y así, cualquiera que se acerque a Atenas o a los diferentes museos en los que se conservan las esculturas del Partenón, podrá evocar sus propias explicaciones y partir de sus experiencias para crear nuevas lecturas de esta obra maestra del arte universal.

Itziar Martija:

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