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Nefertiti ( Capítulo IX )

Tras la decisión final de establecerse en Tel-el-Amarna, Akenatón hablaba de los grandes edificios que iba a construir, tanto templos como palacios, lo que significa una previa planificación en la mente del rey de la ciudad de sus sueños. Incluye su tumba y las de toda la familia real, para confirmar la intención de perpetuidad del lugar elegido. Poco a poco la narración va creando un clímax de admiración hacia Atón y de entusiasmo hacia la nueva residencia hasta que los asistentes emocionados, llenos de júbilo, exclamaron alabanzas al dios Sol y dicen al rey.

Las riquezas de Egipto se centralizarían en el Horizonte del Sol. Para reforzar el deseo de convertir el nuevo proyecto en la capital del país, Akenatón dejó repetido en las quince estelas que bordean la ciudad su juramento de no abandonar Amarna y su deseo de vivir y morir en ella. Amarna quedaba consagrada como el centro vital del imperio faraónico.

Al llegar a Amarna encontramos la primera novedad: las estelas de demarcación. Es la única vez en la historia faraónica que se emplean estelas para delimitar una gran finca y una residencia real. La segunda es que a pesar de ser un asentamiento artificial que se configuró por el antojo de un soberano, no muestra una planificación total, solamente los edificios oficiales, que el rey programó en las estelas, hacen pensar en una organización inicial.

Observando los barrios de Amarna comprobamos que las calles no se idearon como caminos de acceso a los distintos lugares, sino más bien como separación de grupos de viviendas; por ello existe poca uniformidad en el trazado urbano y algunas veces aparecen pequeñas callejas sin salida. Las casas de los nobles estaban muy dispersas y las distancias eran muy grandes.

El rasgo mas característico de Amarna es la llamada Calzada Real, que salía de la residencia de los reyes, atravesaba el suburbio norte, llegaba al Gran Templo de Atón y seguía hasta el Palacio Ceremonial, donde se pierde su rastro.

Los egipcios eran muy dados a las procesiones religiosas. En Tebas la barca de Amón salía con frecuencia y era un verdadero acontecimiento al que acudía la familia real. Akenatón privó a sus súbditos de estas procesiones, pero les compensó con otro desfile espectacular: el rey y la reina conduciendo sus propios carros, rodeados por los soldados de su escolta, de distintas razas, cada cual con sus propios distintivos, dirigiéndose desde su residencia al Gran Templo de Atón o al Palacio Ceremonial. En estos desplazamientos por la Calzada Real es la única vez que podemos ver a una reina de Egipto conduciendo su propio carro. Les seguirían las princesas, con toda la parafernalia de porta-abanicos, sirvientes y damas… ( Continuará )

 

( VÍDEO DE NEFERTITI )

Iker Landeta: