Para los ojos de los visitantes, normalmente no muy habituados a visualizar conjuntos arquitectónicos a partir de ruinas, quedan en Pasargada algunos restos diseminados de lo que fue, hace más de 2000 años, la primera capital del imperio aqueménida. Pero entre todos esos restos de columnas, muros semiderruidos y fragmentos de relieves, destaca, por su imponente presencia, la tumba de Ciro el Grande.
La sepultura se conoce desde la antigüedad gracias a las fuentes griegas y romanas, en especial a la descripción hecha por Aristóbulo quien acompañó a Alejandro Magno en sus campañas, en el siglo IV a. C.
Tanto la parte inferior como la superior dan la sensación de estar divididas, a su vez, en dos secciones visuales que se han conseguido reduciendo progresivamente el tamaño de los bloques de piedra. Así, las tres primeras hiladas de la parte inferior tienen el doble de altura que las tres superiores. El mismo esquema se aplicó a las cuatro hiladas que forman las paredes de la cámara sepulcral y a las tres que componen el tejado.
La decoración está prácticamente ausente del conjunto y, en realidad, se limita a elementos arquitectónicos centrados, a su vez, en la zona del acceso al interior de la cámara. El único elemento decorativo que no hace referencia una estructura arquitectónica es una roseta, situada sobre la entrada, muy deteriorada por la erosión.
La combinación de todas estas formas y elementos es una expresión perfecta del concepto imperial de los aqueménidas. Las técnicas constructivas y los detalles decorativos son predominantemente occidentales pero el diseño, en su conjunto, ofrecía y ofrece un impacto visual único y muy novedoso que se completaba con la inscripción que, según arriano, podía leerse en la tumba:
“Hombre, yo soy Ciro, el que fundó el imperio de los persas y fue rey de Asia. No me envidies por este monumento”