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El arte aqueménida

Lo mío es el arte, sin duda. Pero ¿qué es el arte sin la vida? ¿Sin la sociedad que lo crea? Nada.

La tumba de Cirro II el Grande en Pasargada

Por eso, desde hace unos años, guiada sobre todo por mi trabajo pero, por qué negarlo, también por una cierta afición personal, me he visto empujada a escudriñar todos los aspectos de la vida y el arte en la antigua Grecia.

Cuando lo hago, llego siempre a un punto en el que, sin remedio, me doy de bruces con la antigua Persia. Pero, hasta este año, no había sentido esa urgencia de buscar y llegar más allá. Con este más allá me refiero a las dichosas Guerras Médicas. La contienda que, a comienzos del siglo V a.C., enfrentó a griegos y persas e hizo que los primeros se creyesen, casi, casi, los dueños del mundo.

Pero, casualidades de la vida, el pasado mes de mayo tuve la inmensa suerte de viajar a Irán. Un país fascinante. Y, al margen de que uno de los sueños de toda mi vida (tampoco es que haya sido muy larga hasta la fecha) haya sido visitar Isfahán, he descubierto una nueva pasión: el arte aqueménida.

Así que, a partir de hoy, vamos a viajar todos a la antigua Persia. Y como todo tiene un principio… empezaremos con Ciro II el Grande. Ese hombre cuyo reinado inspiró no solo a los propios persas, sino también a sus enemigos más acérrimos, los griegos.

Desde la antigüedad, el suyo fue un reinado ejemplar. El de un conquistador que supo no humillar a los vencidos; que supo conseguir que se sintieran parte de uno de los más vastos imperios del mundo antiguo. El reinado de un verdadero soberano de todos los pueblos que utiliza la titulatura real de Babilonia para proclamarse a sí mismo “Rey del Mundo“.

La historia de Ciro II el Grande adopta, en sus inicios, la forma de una leyenda que se remonta a las fuentes griegas de los siglos V y IV a.C y que le permite reclamar su legitimidad como rey de medos y persas. Contaba Heródoto como Ciro era hijo del rey Cambises I de Anshan y de Mandana, hija del rey de Media, Astiages. Este último tuvo un sueño según el cual su nieto Ciro estaba destinado a arrebatarle el trono, motivo por el cual dio la orden de matarlo en el momento de su nacimiento. Astiages le encomienda esta misión a uno de sus generales Harpago. Que, a su vez, se lo transmite a un pastor llamado Mitrídates. Pero, como suele ocurrir en este tipo de historias, cuando Mitrídates llega a casa con el nieto del rey, encuentra que su propio hijo recién nacido ha muerto y decide cambiar a los niños.

Ciro se cría, así, como el hijo de un pastor. Desde niño, comienza a destacar por su noble comportamiento y, a los 10 años, se hace evidente que no es hijo de Mitrídates. Astiages descubre el engaño y reconoce en Ciro a su nieto, permitiéndole regresar con sus verdaderos padres.

Con el tiempo, Ciro sustituyó a su padre como rey de las tribus persas de Anshan, vasallo de Astiages. Pero, en 553 a.C. el nieto se rebela contra el rey medo y consigue vencerle en dos batallas decisivas: la primera en la que lucha contra Harpago y la segunda contra el propio Astiages que debió tener lugar en una zona próxima a la futura capital de Ciro, Pasargada.

A partir de este momento, el imperio de Ciro fue extendiéndose desde Persia a todos los confines del Próximo y Medio oriente. Conquista primero Partia, Hircania y, posiblemente Armenia, entre 549 y 548 a.C. Para iniciar, justo después una campaña contra Creso, rey de Lidia y apoderarse así de Asia Menor. Tras esta expedición, Ciro se dirige a la conquista de Drangiana, Aria, Jorasmia, Bactria, Sogdiana, Gandhara, Satagidia y Aracosia entre 547 y 539 a.C. Y, por fin, hacia 539 a.C. Ciro se dirige contra Mesopotamia y toma Babilonia.

Así, el “Rey del Mundo” gobierna, verdaderamente, sobre incontables tierras y pueblos de los que conserva la mayor parte de sus costumbres individuales. Utiliza sus propios sistemas administrativos, permite a los extranjeros que habían sido deportados, regresar a sus hogares, en especial a los israelitas de Babilonia y establece la libertad de cultos, aunque la religión del estado aqueménida será la religión de Ahura Mazda, el dios del zoroastrismo.

Ruinas de Pasargada. Capital de Ciro II el Grande

Con este aperitivo histórico, le abrimos la puerta al arte aqueménida, un singular compendio de formas y estilos, completamente al servicio de los reyes de Persia.

Itziar Martija: