Valéry Giscard d'Estaing

En el artículo anterior me ocupé del comportamiento altruista, de la parte “buena” de nuestra naturaleza. Pero como bien sabemos, los seres humanos somos muy complejos, y de la misma forma que somos capaces de comportarnos de forma generosa, también incurrimos con facilidad en comportamientos antisociales. Repasaré aquí uno de ellos, me refiero al comportamiento corrupto, deshonesto, a la propensión a hacer trampas. Sobre la corrupción sabemos lo siguiente:

1. Cuando todos hacen trampas, no hacerlas es perjudicial. De hecho, desde el punto de vista estrictamente evolutivo, es contraproducente no hacerlas, porque antes o después acaba ocasionando una disminución en el éxito reproductivo del individuo que no las hace.

2. De acuerdo con los resultados obtenidos en “juegos” diseñados a tal efecto, hace trampas el que puede hacerlas, el que tiene la oportunidad para ello. Y la frecuencia con que las hace es proporcional al beneficio que puede obtener de ellas.

Lord Acton

3. Los poderosos son más propensos a hacer trampas, a la vez que, paradójicamente, condenan la corrupción de forma más enfática y contundente. También tienden a quitar gravedad a sus propias trampas y a dársela a las de los demás. Lo cierto es que la conocida sentencia (dictum) de Lord Acton (Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely) es cierta no solo porque quienes detentan el poder tienen más oportunidades de actuar de forma corrupta, sino porque, además, sufren de una especie de “miopía moral”; en cierto modo, el poder surte efectos similares a los del alcohol: estrecha el foco y eleva, de forma injustificada, la confianza en uno mismo.

4. Es más fácil incurrir en comportamientos corruptos cuando el beneficio que se obtiene no consiste en dinero, sino en otro tipo de bienes o prebendas. [Es imposible no recordar aquí la historia de los trajes].

5. Cuando se actúa a través de intermediarios también es más fácil comportarse de forma deshonesta; el intermediario crea una falsa ilusión de responsabilidad compartida.

Índice de percepción de la corrupción en el mundo

6. La corrupción es contagiosa. Si en un entorno se considera normal hacer trampas es más fácil hacerlas. Transparency International publica cada año el “índice de percepción de la corrupción”, basado en entrevistas a analistas y personas dedicadas a los negocios. Este índice ha sido tachado de carecer de objetividad y, sin embargo, ha recibido cierta validación empírica: estudiantes de Oxford procedentes de 34 países representativos de los diferentes niveles de corrupción mostraron estar más o menos dispuestos a pagar sobornos para obtener un beneficio en proporción inversa al índice de transparencia de su país de procedencia. Ese experimento puso de manifiesto que la propensión a incurrir en comportamiento deshonesto tiene un fuerte carácter cultural, y refleja las normas sociales del país al que se pertenece. El carácter cultural lo confirma el hecho de que el tiempo de residencia en un país de bajo nivel de corrupción hace a las personas menos proclives a los comportamientos tramposos.

7. Las personas más creativas tienden a ser más deshonestas. Tienen más facilidad para elaborar una historia que justifique la corrección de su comportamiento.

Gabriel Urralburu

8. El castigo, en forma de ostracismo social o de penas de prisión, es un método eficaz para combatir la corrupción. El descrédito social también suele funcionar. E incluso, el simple aviso de que las actividades en las que se producen actos corruptos van a ser sometidas a vigilancia, reduce de forma significativa la incidencia de tales actos.

9. Dado que las decisiones relativas a la penalización del comportamiento corrupto han de ser tomadas por quienes tienen el poder, son ellos los que han de estar sometidos de forma más estricta al escrutinio público, y eso es algo que solo es posible si existe un control democrático del poder.

10. Y para ello, es muy importante que los que ocupan el poder reconozcan, con carácter previo, que son corruptibles porque si algo está absolutamente claro es que nadie es inmune, y como antes se ha dicho, los poderosos menos que nadie.

Nota: Este artículo es un resumen de “The underhand ape”, artículo de Laura Spinney publicado en la revista New Scientist [nº 2837; pp.: 42-45 (5-11-2011)], basado en diferentes investigaciones sobre este tema.

Juan Ignacio Pérez Iglesias

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