Categories: Mente y cerebro

La educación eleva el cociente intelectual

Existe una clara relación entre cociente intelectual (IQ) y nivel educativo. Esto es, las personas que reciben más educación, que permanecen durante más tiempo en el sistema educativo, son también las que, en general, tienen un mayor cociente intelectual. Aunque quizás deba expresarse al revés; esto es, la relación a la que he aludido en la primera sentencia de este artículo puede desarrollarse diciendo que las personas con un mayor cociente intelectual son las que alcanzan, en general, mayores niveles educativos. Habrá quien opine que lo mismo da, pero no, no da lo mismo.

Existe una gran controversia entre los especialistas de estas materias. Empecemos por recordar aquella noción tan básica de que correlación no implica causalidad; esto es, el hecho de que entre dos variables exista correlación estadísticamente significativa, no permite concluir que una de las dos sea la causa de la otra. Pero lo cierto es que si hablamos de educación y de inteligencia, parece lógico pensar que si esas características aparecen correlacionadas en estudios poblacionales, es porque una de las dos afecta a la otra o es causa de ella. La cuestión es determinar cuál es causa de cuál. Unos sostienen que el factor causal es la inteligencia, y que obedece al hecho de que las personas con un mayor IQ alargan su periplo educativo o, lo que es equivalente, las personas menos inteligentes abandonan antes los estudios. Se produciría, según estos, una especie de autoselección, que sería la que, en última instancia, provocaría la existencia de esa correlación positiva. Frente a esa idea está la de que es la formación, precisamente, la que hace que la gente mejore su cociente intelectual, por lo que el agente causal en esa relación sería la educación. El problema es que si se parte de datos poblacionales no es fácil, -ni quizás posible-, determinar cuál es la causa y cuál el efecto, ya que esas estadísticas son meramente descriptivas. Y por otro lado, en esta materia no es fácil contar con datos experimentales o, cuando menos, con evidencias empíricas en una u otra dirección.

Recientemente unos investigadores noruegos han abordado esta cuestión estudiando el efecto que tuvo una decisión que tomaron las autoridades educativas de su país de alargar la enseñanza obligatoria dos años. Pasó de durar 7 antes de 1955, a durar 9 después de 1972. La edad de inicio (7 años) no se modificó; lo que se hizo fue retrasar el final de la misma, pasando de terminar a los 14 años a hacerlo a los 16. Y lo interesante de esta reforma es que no se implantó en todos los municipios a la vez, de manera que los investigadores han podido diferenciar los cambios ligados a ella de otras posibles variaciones, como las relacionadas con el conocido como efecto Flynn, fenómeno que consiste en un aumento general del cociente intelectual a lo largo del tiempo, y cuyo origen no se ha conseguido esclarecer aún.

Tal y como puede observarse en la figura, existe una correspondencia muy clara entre el nivel educativo alcanzado y el cociente intelectual. En el momento en que se introduce la reforma se observa un incremento espectacular, tanto en uno como en otro. Un año antes de la plena introducción también se produjo un cierto incremento en ambas variables, incremento que se interpreta como consecuencia de una aplicación parcial de la reforma, al menos en algunos municipios. Por otro lado, los resultados cuantitativos obtenidos en este trabajo son consistentes con los de estudios anteriores en los que se realizaron aproximaciones diferentes.

Otro aspecto de interés es que en este estudio también se ha determinado la magnitud, -en Noruega y durante los años de la transición educativa-, del efecto Flynn. A partir de esta determinación se ha estimado que la reforma contribuyó a dicho efecto durante esos años y que esa contribución representó una tercera parte de la magnitud total del efecto.

Estos resultados son muy interesantes. Lo son por sí mismos. Es importante establecer en qué medida se puede ver afectado el IQ por un aumento de los años de escolaridad. La novedad de este trabajo no consiste tanto en haber establecido que la educación incide en la inteligencia; de hecho, ya hay un cierto consenso acerca de la importancia que tienen las intervenciones tempranas en la niñez sobre el desarrollo de una serie de habilidades cognitivas importantes desde el punto de vista social y económico. La novedad de este trabajo radica en el hecho de haberse comprobado que intervenciones en la adolescencia o primera juventud también ejercen efectos sobre la inteligencia.

Los autores del trabajo previenen acerca de la tentación de extrapolar estos resultados a otros contextos o países. Hay que tener en cuenta que los efectos observados en Noruega no tienen por qué ser los mismos en otro sistema educativo. Eso dependerá de las características de otros sistemas y del modo en que se actúe. Es valioso, en cualquier caso, contar con evidencias de que la actuación educativa en un periodo tan tardío en el desarrollo cognitivo como es la adolescencia, puede tener efectos sobre el IQ. Otra cosa diferente es si, desde el punto de vista del interés público y teniendo en cuenta el elevado coste que quizás tendrían, merecerían llevarse a efecto actuaciones similares en otros contextos.

Nota: En febrero de este año escribí sobre la plasticidad del encéfalo adolescente aquí; los reultados de aquel estudio y los de este van en la misma dirección.

Fuente: Christian N. Brinch y Taryn Ann Galloway (2012): “Schooling in adolescence raises IQ scores” PNAS 109 (2): 425-430

Juan Ignacio Pérez Iglesias

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