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La Meca china

La Meca de los chinos está en Sichuan, en Yunnan, en Hubei y en cada esquina del país donde haya una familia. Prácticamente uno de cada cinco chinos vive y trabaja a días de distancia de su lugar de origen, y es ahí, a su localidad natal, a donde tienen que dirgirse al menos una vez al año. No una vez en la vida, como los musulmanes a La Meca.
El periodo de año nuevo comprende más de dos semanas en China, y los fuegos artificiales, también. Mis vecinos no duermen y yo tampoco, con la diferencia de que a ellos les da igual. Lanzar petardos a las tres de la manana nueve días después de la nochevieja, por ejemplo, es aparentemente divertidísimo. Todo el mundo está dispuesto a hacer un esfuerzo en las fechas señaladas, pero cuando preguntas a un chino si tanto ruido, durante tantos días, es imprescindible, te mira con cara rara, como pensando por qué le preguntas algo tan obvio y te responde algo así como el “C’est comme ça” de los francófonos. O lo tomas y lo dejas, pero China es una traca sin fin durante quince días.

 La obligación tradicional de volver a casa pasa, para la mayoría de los chinos, por coger dos, tres y hasta cuatro trenes. Dentro de estos interminables vagones se crean microcosmos tan inexplicables como entrañables. Situaciones que parecen el enunciado de un chiste, como aquellos de “esto era un albañil, un policía un ingeniero y una secretaria…”. Hay gente que intenta meter sus bultos por las ventanas, hay quien aún antes de arrancar el tren está dormido tras haber tomado posesión de los servicios para el resto del trayecto, y hay quien aburrido desde el kilómetro cero, decide que va a denunciar a la policía la presencia de periodistas que intentan grabar lo que significa el año nuevo chino para los chinos.

Ahí acaba nuestra aventura, pero antes de bajarnos del tren, nos da tiempo a charlar un poco con los que hubieran sido nuestros compañeros en un largo viaje. Dos hombres igualitos que Mao, con gorra y todo, trabajadores inmigrantes que se dirigen a Handan, a “solo” ocho o nueve horas de Pekín. El destino final del tren es Chengdu, la capital de Sichuan, y alli se dirige una chica que viaja intentando repasar unos apuntes. Uno de los dobles de Mao directamente se los quita por que quiere “ver lo que aprenden los jóvenes de hoy en día”. Ellos no han podido estudiar, y ella sin embargo tiene que destacar entre los millones de graduados que cada año salen de las universidades del país. Son dos de las miles de chinas que se pueden ver estos días en un tren.

Olatz Simon

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