Pero esto solo ocurre si sigo el ritmo natural.
Porque también descubro que tengo ritmos artificiales. Ritmos impuestos que no han surgido de lo que por naturaleza necesito sino que vienen de otras necesidades. Necesidades escondidas entre la tecnología, el progreso, la economía, la religión… Y los ritmos artificiales me pesan. Y esos ritmos artificiales me llevan a pensar en exceso, a intelectualizar a tal punto lo que creo que necesito que cubro bajo una trama de ritmos y necesidades artificiales mi verdadera naturaleza instintiva. Y el peor engaño que descubro es que lo artificial, de tanto repetirlo, me lleva a creer que es natural. No quiero esa silla… quiero sentarme en el suelo.
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FOTOGRAFÍA DE JAVIER SANCHEZ
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