Vascos en el mundo

Terrorista a la vista o metedura de pata


He dudado mucho antes de escribir este posting porque lo escrito, queda escrito para siempre, aunque al final me he decidido a hacerlo. He pasado el fin de semana en Montreal, Quebec, una ciudad que me encanta, que visito, al menos, una vez al año y a la que voy a volver con frecuencia, apesar de lo ocurrido en mi ultimo viaje.
Tras un gratificante fin de semana, magníficos paseos, a pesar de los 10 bajo cero, y excelentes comidas, el domingo por la tarde regresaba a Nueva York. Llegué al aeropuerto de Montral con dos horas de antelación, tal y como mandan los cánones.

  

Como el avión vuela al aeropuerto neoyorquino de LaGuardia, donde no hay aduana, se deben pasar los controles de inmigración en Montreal. Nada más llegar a la cabecera de la cola, la agente me mandó a la ventanilla No. 13. Como soy un tanto supersticioso, mientras me dirigía a la ventanilla me volví hacia ella y repetí: “¿el 13?”, pregunta ante la cual puso cara de complicidad.

Presagiando lo peor, saludé al funcionario al que entregué mis papeles y mi pasaporte. Éste no se dignó en contestar. Me hizo una pregunta que le hice repetir ante lo cual levantó la vista del escritorio y con total arrogancia me dijo: “cálmate, escucha con atención mis preguntas y respóndeme”. A partir de ahí, me planteó las cuestiones habituales como que cuántos días había estado en Montreal, dónde me había alojado, en qué zona estaba el hotel y me hizo describir en varias frases qué había hecho durante mi estancia en la ciudad. “Pasear, ir a cenar a varios restaurantes, divertirme…”, contesté.

– ¿Has venido solo? – me preguntó el agente.

– No, estoy con un amigo- contesté.

De nuevo en tono altivo, me dijo que se le señalara a mi amigo con el dedo.

– Está ahí – le dije.

– ¡Eh tú, márchate! – le ordenó.

Ante mi, al parecer, ya evidente nerviosismo –la boca se me había secado por completo- me espetó:
– ¿Por qué estás tan nervioso? –

– Porque me da miedo viajar en avión, hace unos años mi avión casi se estrelló al aterrizar en Londres – expliqué.

– ¡Pues haber venido en tren! – me replicó con desprecio.

– Para tres días no merece la pena venir en tren -. Esta respuesta no le gusto lo más mínimo y a partir de ahí me soltó una retaíla de preguntas como: – ¿llevas un arma de fuego?, ¿llevas encima más de 10.000 dólares?, ¿has hecho algo ilegal en Montreal? -.

– ¿Perdón? – contesté sorprendido, ante lo cual, con aire absolutamente contrariado, me devolvió el pasaporte, la tarjeta de residente y la declaración de aduanas y me dijo que me dirigiera hacia una puerta, a la zona a la que envían a los sospechosos.

Curiosamente al perderle de vista y, sin tener nada que ocultar, me tranquilicé de inmediato. En esa habitación, la comisaría del aeropuerto, supongo, una mujer blanca y un hombre negro de edad avanzada y aspecto cansado, registraron mis maletas y comprobaron una y otra vez mis paleles mientras se intercambiaban miradas de asombro. El hombre me hizo algunas preguntas de rutina mientras seguía sin encontrar nada en el ordenador. Ella me hacía vaciar los bolsos: la cámara fotográfica, el ordenador, unos cuadernos de la maleta, mi neceser… Volvieron a mirarse y me dijeron que recogiera mis cosas y me marchara. – ¿Está todo en orden? -, pregunté.
– Todo bien, salga por esa puerta y buen viaje -.

La experiencia me dejó triste y deprimido durante muchas horas. Yo soy el primero en querer que se apliquen medidas de seguridad en los aeropuertos y no quiero que un terrorista se cuele en mi avión. Pero espero que cuando los funcionarios de inmigración me interroguen, lo hagan de forma firme, pero educada y sin faltarme al respeto, sin aires de superioridad ni tono intimidatorio.

No quiero ni pensar cómo el funcionario de nombre de origen polaco impronunciable tratará a los residentes provinientes de países de Oriente Próximo, Latinoamérica o África. No me extraña que algunos amigos míos no quieran venir a este país en el que nada más llegar a la aduana te hacen sentirte sin derecho a nada y te tratan como si se hubiesen dado de bruces con el terrorista más peligroso del planeta, en lugar de dirigirse a tí como mereces; ni más ni menos.