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La hipótesis de la abuela

El ciclo de vida de los seres humanos tiene algunos rasgos que nos diferencian claramente de nuestros parientes los grandes simios: maduración tardía, menor crecimiento, mayor fertilidad y gran longevidad.  En las mujeres, además, la mayor longevidad supone la superación, con la menopausia, del periodo de fertilidad. Y estos rasgos, al parecer, tuvieron una gran importancia en nuestra evolución.

De acuerdo con la “hipótesis de la abuela” la gran explosión demográfica y el éxito de nuestra especie en la colonización de muy diversos habitats en la Tierra no hubiera sido posible sin la contribución de las personas adultas que sobrepasan con creces el periodo fértil. Según esta hipótesis, la longevidad fue necesaria para la acumulación transgeneracional y la transferencia de la información sin la cual los seres humanos no hubiesen dispuesto del volumen de conocimiento ecológico necesario para sobrevivir en casi todo tipo de entornos y tampoco hubiera sido posible mantener las complejas estructuras sociales que hacen única a nuestra especie.

La antropóloga Rachel Caspari, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor y su colega Sang-Hee Lee de la Universidad de California en Riverside,  se propusieron analizar en qué medida se había modificado la longevidad a lo largo de la historia evolutiva reciente de nuestra especie. Para ello estudiaron 768 cráneos de individuos adultos de distintas especies humanas y prehumanas correspondientes a los anteriores 3 millones de años de historia de nuestro linaje. En el estudio se determinó si los cráneos correspondían a adultos jóvenes o a adultos viejos, estableciendo para distintos momentos o especies, la proporción entre unos y otros. Gracias a ese estudio, publicado en julio de 2004 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (vol. 101: 10895-10900; DOI: 10.1073/pnas. 0402857101) se comprobó que, efectivamente, a lo largo del tiempo se ha producido un aumento importante en la longevidad, pero sobre todo, que ese aumento ha sido espectacular en el caso de Homo sapiens, la especie a la que pertenecemos.

Considerados en conjunto, tan solo un 10% de los cráneos de los australopitecinos estudiados correspondían a adultos viejos; el porcentaje subía a un 20% en los primeros representantes del género Homo, y a un 33% en los Neandertales. Pero el gran salto se produce con Homo sapiens: en el Paleolítico Superior temprano, un 68% de los individuos analizados eran adultos viejos.

Según Rachel Caspari y Sang-Hee Lee, “lo que nos hace modernos es la contribución de los individuos más viejos” expresión que no sólo resulta paradójica, aunque sólo en apariencia, sino que tiene, además, cierta gracia.

Juan Ignacio Pérez Iglesias

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