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‘El castor’, por Félix Linares

El castor

Desde el principio de esta película nos damos cuenta de que en ella se aborda un tema importante. Una voz en off nos dice que WALTER BLACK está deprimido, que su vida es un asco, que su mujer no le aguanta, que su hijo mayor no quiere ni hablar con él y que su empresa se está hundiendo. ¿Por qué? Porque lo dice el guionista.

Él tiene un tema serio entre manos y no puede perder tiempo explicando cómo se ha llegado a esa situación. Así que una noche de desesperación WALTER BLACK encuentra una marioneta de peluche y haciéndola su portavoz consigue salir del pozo. Lo malo es que no puede prescindir de su alter ego.

Aquí el espectador tendrá que aceptar que eso es posible sin mayor discusión. Antiguamente, hace diez años, el guionista hubiera puesto a un psicólogo explicando el mecanismo de la trasmisión de personalidad, pero aquí no es necesario: el espectador ya está acostumbrado a que las cosas ocurran sin justificación.

El hijo mayor también tiene problemas en el instituto. Y la chica con la que se relaciona carga con el peso de un hermano muerto por sobredosis. No es que todo esto tenga demasiada importancia porque el asunto está en que MEL GIBSON tenga un vehículo para decir “ven, yo no tenía la culpa, no me acompañaba el castor el día en que dije algunas inconveniencias sobre los judíos” y “no sé donde había metido el peluche el día en que golpee a mi mujer”, pero ocupa tiempo.

Con este precedente y con el castor haciendo que WALTER BLACK tenga grandes ideas para reflotar su empresa, el asunto acaba derivando hacia el cine de terror, seguramente porque al guionista se le ocurrió que había que animar un poco la acción. Y luego la película termina.

JODIE FOSTER nunca ha sido una cineasta preocupada por qué plano debía adoptar para contar una determinada cosa. Ella ha estado mas preocupada en sus anteriores películas (EL PEQUEÑO TATE, 1.991, A CASA POR VACACIONES, 1.995) por asuntos importantes de relaciones humanas entre sus personajes. Aquí vuelve a hacerlo y factura un film errático que a ratos entretiene y en otros se repite.

JODIE FOSTER no pasará a la historia como directora, seguramente tampoco como actriz, y MEL GIBSON se muestra entusiasta dispuesto a lavar su imagen a base de hacernos creer que lo que le ocurre en su vida personal tampoco tiene explicación. El castor, el muñeco, espantoso. Definitivamente esta no es una historia glamourosa.

Félix Linares

Ederne Frontela:
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