El Club de Sorpresistas

Nunca dejaré de sorprenderme. Ni sé, ni quiero, ni puedo. Para bien y para no tanto. ¿Cómo renunciar a la sorpresa, tan necesaria para seguir vivo? ¡De las emociones no se puede dimitir! Por mucho que insistas, por mayores dosis de tedio que te inocules, siempre serás sensible al asombro. A lo largo y ancho de tu vida. Con más o menos glutamato en tu cerebro.

Hoy, Mathias Malzieu ha vuelto a emocionarme/sorprenderme en mi última lectura “Una sirena en París”. En ella, el cantante de Dionysos me cuenta que -en junio- las aguas del Sena subieron por sorpresa hasta la inundación. Y que se rumoreaba en París que junto a los muelles desaparecían personas. ¿Por qué? ¿Cuál era el motivo?

Cantos de sirena … Y entonces, Gaspard Snow -de oficio, músico en bancarrota y coprotagonista del relato- emperrado en indagar lo que escuchaba, encontró lo que buscaba: una sirena llamada Lula. ¡Sin bromas con los cantos de sirena! ¡Pueden ser letales!¡Pregúntale a Ulises!

Buceando en la riada, descubro un selecto y original club. De acceso restringido: el club de los y las sorpresistas.

Al parecer, fue la abuela del coprotagonista una de las artífices del grupo. Capitana de barco, poetisa, jugadora de póquer, maga …

“Ella le enseñó a convertirse en un soñador de combate. De esos con una imaginación tan potente que pueden modificar la realidad, al menos la suya … ¡El arte de los sorpresistas!” ¡Touché!

Imagínate a esta cuadrilla de sorpresistas campando a sus anchas por la ciudad. Esa banda dedicada al sabroso delito de dejar libros prohibidos en felpudos al azar.

Recréate con ese comando de salteadores que escala tu chimenea al anochecer o franquea la puerta de tu casa con el miserable propósito de lanzar una lluvia de copos de algodón, de libros, discos, juguetes, unicornios, dragones, sirenas … Una banda de poesía que comete “robos al revés”. Que perpetra atracos inversos.

Piensa en Gaspard, quien -de niño- teme que al dormir sus sueños se esfumen. Y su alivio al oir a su amama decir que -por la noche- un camión invisible los recoge y recicla. Y los pone a disposición de la gente en modo copyleft. ¡Qué alivio disponer del quinto contenedor!

Y -por si fueran pocos los anteriores motivos para declararse “follower” del club de los sorpresistas-, ahí va el argumento definitivo: “Su mente funcionaba como el quemador de un globo aerostático, y su combustible, el entusiasmo. Cuando amaba a alguien, nuestro sorpresista padecía ataques de regalos sorprendentes hasta la ruina” Genial.

¡ Gracias por sorprenderme ¡

Javier Riaño

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