Viajar es bueno para la salud

Son numerosos los artículos que en la red defienden las ventajas y beneficios de viajar:  libera endorfinas, reduce el estrés, rebaja las posibilidades de caer en una depresión… Internet está repleto de razones “científicas” que aseguran que el cerebro y el corazón funcionan mejor cuando viajamos. En nuestras conversaciones diarias muchas veces afirmamos que el médico debería prescribir viajes como receta, que el viaje cura.

Durante años la experiencia de salir de nuestro entorno habitual, exponernos a otras culturas y a otras formas de vivir, dejar que nuestro cuerpo se adapte a nuevas condiciones de temperatura, humedad, escuchar sonidos que nada tienen que ver con nuestro día a día, olores a los que no estamos habituados, sabores y texturas diferentes… se ha convertido en un hábito, o como dice Kapucinsky nos hemos contagiado del virus viajero. Me gusta pensar que el viaje nos vuelve más sabios y tolerantes, que mejora nuestra capacidad de aprendizaje y adaptación, nos entrena para situaciones no previstas y reduce nuestro miedo a enfrentarnos a lo desconocido.

Tal vez por todo ello me ha llegado de forma especial la campaña de Médicos sin fronteras con este mismo título, viajar es bueno para la salud, que nos invita a “viajar” para ayudar, en concreto para que no seamos nosotros, sino nuestra ayuda la que viaje, la que mejore la salud de otros. Una campaña que nos muestra la otra cara del mundo, la que en nuestros viajes no siempre queremos fotografiar, la que a veces no sabemos ver y que no aparece en los folletos y las campañas publicitarias. “Destinos a los que nadie querría ir, porque no necesitan turistas, sino ayuda urgente. No te pedimos que vengas, te pedimos que nos lleves. El primer portal de viajes en el que tu no viajas, tu ayuda sí”

 

Viajar para mi significa ser permeable, escuchar con los cinco sentidos aquello que transcurre ante nosotros, admirar a las personas con las que nos encontramos, no perder la capacidad de asombro.

Cuando se habla de viajes casi nunca aparece la palabra aburrimiento, todo parece prepararnos para vivir experiencias extraordinarias, increíbles, espectaculares, dramáticos paisajes, extensas ofertas gastronómicas, diversión y placer. En un mundo con exceso de información las expectativas creadas por los destinos son elevadas, y eso puede llevar a muchas personas a la frustración. ¿Para qué viajamos, que esperamos del viaje?

¿Qué nos incita a viajar, cual es el motor de nuestro viaje? ¿Es una motivación interna o una motivación externa? ¿viajamos para conocer o para perdernos? ¿es el viaje una búsqueda o un reencuentro?

El viaje a ese destino largamente soñado y preparado, el viaje como huida, el viaje como espacio en blanco, el viaje como espacio de recuperación, el viaje como vagabundeo; el viaje con una mirada curiosa, abierta a encontrar lo inesperado entre lo cotidiano.

Antonio Muñoz Molina en su último libro Un andar solitario entre la gente invita, a través de su narrador, a inventar nuevas ciencias como la Arqueología instantánea,  la Topobiografía,  la Historia del Arte Accidental o la Deambulología :

 

“Las nuevas aplicaciones de geolocalización habrán permitido a la Deambulología dar un salto de gigante, equiparable al que la técnica de la imagen magnética ha aportado a la neurociencia, si bien con la limitación de que por ahora no puede aplicarse retrospectivamente, es decir, al estudio de las caminatas del pasado. Como su propio nombre indica, la Deambulología es el estudio de los itinerarios seguidos por escritores, artistas, científicos, visionarios, indigentes y lunáticos: bien los habituales y mantenidos a lo largo de una vida entera -los paseos de Kant son un ejemplo clásico- , bien los irregulares, los repentinos, los que nunca han tenido regreso. Hay dudas sobre si la Deambulología es un saber autosuficiente o una rama de la Topobiografía, cuya adivinable finalidad es el estudio de los domicilios distintos en los que han vivido o viven estos mismos personajes, procurando establecer, con mapas detallados, los posibles patrones psicoespaciales o sociovitales.”

Es una lectura que nos propone caminar atento a todos esos estímulos que nos reclaman incesantemente, los letreros, los anuncios, las conversaciones entre los viandantes, los cafés, el azar; caminar como turistas, como impostores en nuestra propia ciudad…

De ahí que el viaje puede ser también un estado de ánimo, tanto puede durar unos minutos en los que nos hemos ido muy lejos con nuestra imaginación, como días, meses, años; no importa el tiempo, puesto que algunos no se dejan asombrar por el mundo que recorren y viajan enlatados en su mundo interior, otros sin embargo viajan continuamente y viven no sólo una vida sino muchas. Nuestra memoria también está sufriendo cambios y ahora no es sólo nuestra evocación, nuestro relato oral el que da forma y modifica nuestros recuerdos, también las redes sociales contribuyen a fijar algunas imágenes, algunos lugares, al “seleccionar y mostrarnos” momentos de nuestros viajes que tal vez habíamos olvidado.

Por todo ello en muchas ocasiones rememorando viajes me pregunto ¿Cómo nos ha transformado el viaje?

Maribel Navascués

Viajo con escalas desde la Comunicación y el Marketing al mundo de la Calidad, la Innovación, la Gestión del Desconocimiento y la Inteligencia Emocional. Sentí la necesidad de hacer un Master en Marketing, aunque no era suficiente, Facilitadora de Innovación y RSE, evaluadora de Calidad para Euskalit, son algunos de mis hitos. Crear una comunidad de aprendizaje para empresas de I+D junto a Juan José Goñi es del que me siento más satisfecha. Alterno formación, consultoría, aprendizaje con todo lo que traigo de mis viajes, quiero conectar personas, empresas, islas, proyectos. ¿Cuál será mi siguiente destino?

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