La muerte no existe

Recientemente he ‘devorado’ un libro maravilloso que animo a leer: El niño que se enfadó con la muerte, de Enric Benito [los beneficios son para SECPAL – Sociedad Española de Cuidados Paliativos]. Tengo que reconocer que me ha conmovido hasta las lágrimas y me ha dejado un muy buen “sabor de boca”. Un par de días después asistí en Bilbao a la presentación del mismo organizada por la Fundación Pía Aguirreche en formato mesa redonda (se puede ver aquí). En palabras del autor, que confiesa ser ‘ese niño’: “El viaje del niño que se enfadó con la muerte me ha llevado a desvelar la realidad, a experimentar que la muerte no existe y a comprobar repetidamente que nuestra naturaleza es belleza, verdad y bondad, y que nunca ha estado amenazada” (p. 182). En estas líneas remarcaré algunas ideas tomadas tanto del libro como de la presentación. [Cuando en una cita aparece número página hace referencia al libro. Si no la hay es una idea tomada de la presentación de libro].

He elegido como título “La muerte no existe” porque es una idea que puede chocar, pero que es muy interesante y reconfortante. Seguramente sólo se puede hacer esa afirmación cuando has superado el miedo a la muerte, algo que no está muy extendido. Como señala Enric tenemos que domesticar los miedos y la incertidumbre. “Quien pierde el miedo a la muerte no tiene miedo a nada y aprende a vivir con plenitud, descubre que el amor es más fuerte que la muerte”. Nuestra naturaleza, nuestra dimensión trascendente no está en peligro. “Cuando has descubierto que no tienes una vida, sino que la vida te tiene a ti, que formamos parte de ella y estamos conectados, puedes empezar a vivir fluyendo desde esta fuente de vida que te inspira, especialmente en los momentos de mayor incertidumbre o dificultad, y aprendes a confiar en esta sabiduría, que te guía a un destino mejor del que eres capaz de imaginar” (p.210).

La muerte puede producir tristeza, nostalgia, pero también paz. “La tristeza es emocional y la paz es espiritual. La tristeza es una emoción que suele surgir ante la pérdida de algo o de alguien querido; la paz se experimenta a nivel espiritual, y, cuando pierdes a un ser querido, es normal y adaptativo sentir tristeza, pero, cuando ves que la persona parte habiendo conseguido tener paz y tú sientes que has hecho las cosas como creías que se debían hacer, tienes también paz” (p.167).

La muerte es un proceso que tiene mucho paralelismo con el nacimiento, se podría hablar de “murimiento”. En el proceso de morir se pueden ver tres etapas: resistencia, aceptación y trascendencia. “La primera reacción suele ser el caos, expresado con lucha, resistencia: «No puede ser», «no quiero», «soy demasiado joven», «no hay derecho», «aparta de mí este cáliz». Conforme la realidad se va imponiendo, las resistencias se disuelven y podemos pasar a la entrega, es decir, a la aceptación de la realidad o al hágase tu voluntad. Y, tras la aceptación, surge la etapa que menos se conoce y que es consecuencia de lo anterior: la trascendencia. Por medio de la aceptación, accedemos a otro nivel de conciencia que ni imaginábamos; se caracteriza por la paz y el gozo que encuentra el enfermo cuando ha soltado y atravesado el rechazo de lo que no podía cambiar” (p.180).

“En el «borde» es donde está la mayor intensidad y riqueza de la vida”. Acompañar a quien está haciendo la última fase del camino tiene premio, es un regalo. Puede ser transformador para la persona que acompaña como para quien es acompañada. ¿Qué se necesita para acompañar bien? Sabiduría y compasión. “Con sabiduría sin compasión, puedes entender, pero no puedes ayudar, y, con compasión sin sabiduría, te puedes llegar a quemar. La sabiduría te lleva a recordar que eres solo una herramienta y que lo que pasa a partir del momento en el que ofreces tu espacio de seguridad y de confianza ya no depende de ti. Eres responsable de tu esfuerzo, pero no de los resultados de tu esfuerzo ni, por tanto, de lo que le pasa al otro” (p.188). Y la compasión, que es empatía en acción, “es el nombre que toma el amor cuando se encuentra con el sufrimiento de otro al que reconocemos en su dignidad, y nos permite ver que, detrás de su apariencia de vulnerabilidad, posee la misma profundidad que nos sostiene a todos. La compasión se manifiesta con ganas de ayudar a aliviarlo desde la simetría moral al sentir que yo formo parte de la misma especie y de la misma realidad” (p.186). ¡Qué importante es el concepto de simetría moral! El modelo más habitual en el entorno sanitario es el paternalista, el/la profesional es quien sabe y ayuda al/ a la paciente. ¡Es fundamental cuidar la propia espiritualidad para acompañar bien!

Referencias

 

 

Arantza Echaniz Barrondo

Nací en Bilbao el 7 de julio de 1968. Madre de dos bendiciones: Xabier (1998) y Ander (2000). Doctora en empresariales por la ESTE. Orgullosamente profesora de ética de la Universidad de Deusto. Enamorada de la vida y de mi profesión. Amiga de mis amigos. Comprometida con hacer del mundo un lugar mejor. Firme convencida de que “Querer es poder… Creer es crear”. Una de mis mayores aficiones es ‘bloggera’ (http://echanizbarrondo.blogspot.com.es/).

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