#biencomún

Memoría histórica para los muertos. ¿y para los vivos qué?

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Se nos llena la boca con el retórico y recurrente “tengamos memoria histórica”, pues apliquémosnos el cuento para todo, no solo para lo que nos interesa según el momento.

Tengo buenos amigos metidos en política, lo que hace que sepa que existe mucha gente honrada en ese ámbito, pero hay cosas que no llego a entender y mucho me temo que no sea el único.

Recuerdo que la misma noche electoral del 20 de Diciembre, cuando el escrutinio no había terminado todavía, “mensajeándome” con un amigo, pronostiqué que iríamos a nuevas elecciones.

No me las doy de entendido en política ni mucho menos, soy un “pardillo” total. Lo que sucede es que no pienso en política, sino en personas y cuando analizo el discurrir de los tiempos y veo cada día con más desesperación que las personas, al menos en política, se mueven exclusivamente por intereses de partido no puedo por menos que llegar a conclusiones de este tipo. ¿Que democracia puede proponer el que en el seno de su partido defiende o se somete a la “disciplina de partido”? Por suerte hay algunos casos contados de políticos que dicen lo que piensan en cada momento sin pensar en lo que les marca esa disciplina, aunque por desgracia luego sean apartados. Pero bueno, ese es tema a tratar en otro momento. El caso es que de momento los hechos me están dando la razón y todo apunta a nuevas elecciones.

Al lío!

“Ellos antepusieron el bienestar común a su ideología. Un ejemplo a tomar hoy en día”

Son palabras de Jordi Amat, escritor y filólogo en un reciente artículo que traigo hoy aquí para reflexión de todos ante estos momentos en los que los políticos, como decía en la entradilla, parece que anteponen su interés de partido al interés general o lo que es lo mismo, al bien común.

He decidido incluir el artículo completo por el interés de su contenido y para no variar ni un ápice el sentido de sus declaraciones que suscribo de pleno.

Ahí va.

Un episodio olvidado en el presente y una reunión vilipendiada en el pasado. Los arquitectos de la Transición relegaron sus nombres y su legado cuando llegó el momento definitivo de avanzar hacia la democracia, y el régimen franquista anatemizó la reunión que protagonizaron llamando a su encuentro el «contubernio de Múnich». En el mes de junio de 1962, esta ciudad alemana acogió a 118 españoles, la mayoría de ellos intelectuales y políticos. Un puñado de hombres decididos a orillar sus diferencias y trabajar unidos para llevar la democracia a España. Procedían de aristas ideológicas diversas, pero entendían que el bienestar de una sociedad estaba por encima de cualquier discrepancia. Jordi Amat, en un exhaustivo trabajo de documentación y de consulta de archivos desconocidos, ha reconstruido este momento que reunió a personas tan distintas como Julián Gorki y Dio-nisio Ridruejo, y revela cuál fue el papel que la CIA desempeñó en el Congreso por la Libertad de la Cultura.

¿Qué cambió en estas personas para que se vieran en Múnich?

–La conciencia. España vivía una dictadura terrible y ellos entendieron que el compromiso de un intelectual y un político exigía tomar posición. Compartían la democracia y el europeísmo, y se comprometieron, aun-que muchos lo pagaron con la pérdida de sus trabajos y el exilio, a construir una España democrática. Muchos habían sido antidemócratas, pero en el contexto de la Guerra Fría hacen una apuesta antifranquista, democrática y europeísta. Eso es lo que los hermana: un patriotismo democrático.

Ellos antepusieron el bienestar común a su ideología. Un ejemplo a tomar hoy en día.

–Todos tienen biografías políticas de largo recorrido, algunos, incluso, con un claro complejo de culpa, como Ridruejo. Pero saben que deben actuar políticamente y que hay algo esencial que pasa por encima de su visión. Por eso pactan en Múnich. Que no prioricen su ideología concreta es un ejercicio de patriotismo.

Ellos renuncian a parte de sus convicciones, y nosotros, en plena democracia, somos incapaces de entendernos…

–La cuestión es si lo que nos está sucediendo es la consecuencia de una cultura democrática deficiente. La cultura democrática bien desarrollada se fundamenta en el pacto y la transacción a favor del bien común. ¿Cuál es la legitimidad de nuestra democracia? ¿La Transición? No digo que no, pero me gustaría ensanchar ese relato y polemizar, porque en Múnich estas personas contraen un compromiso por la democracia que ha sido sepultado. Y es justo este hecho el que problematiza con el fundamento moral de la Transición. Ellos pagaron un precio, y no son patriarcas de una tradición democrática pero, en cambio, sí lo son gentes que antes no fueron referentes democráticos. Que no hayamos puesto en valor la tradición democrática de los protagonistas de Múnich quizá explique por qué nuestra cultura democrática sea limitada, que no digo inexistente. En la Transición se apeló a un consenso problemático que tiene que ver con el olvido, pero en Múnich hubo una verdadera escenificación de reconciliación. No tengo claro que eso sucediera en la Transición, donde todo fue más pragmático que profundo. Es posible que las carencias de ahora se expliquen por este pragmatismo.

Los abuelos se daban la mano y sus nietos vuelven a enfrentarse.

–Vivimos en una democracia con carencias, pero en una indiscutible democracia. Esa gente tuvo enfrente a la bestia; nosotros, un sistema debilitado. Hoy, el ejercicio de patriotismo pasa por detectar esas carencias y solucionarlas. En Múnich lo entendieron porque habían vivido lo peor: el totalitarismo. Nosotros, no. En los años de crisis, hemos permitido que nuestras instituciones fueran debilitándose y se gangrenaran sin intervenir como se debía y, en este momento, lo estamos pagando. Hoy, el ejemplo de Múnich nos puede ayudar, porque muestra un ejercicio de conducta política e intelectual.

 

Pues eso, ¿que pasa con los vivos?

 

 
 

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