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Mi esperanza lleva tu nombre

Estamos en Navidad, hoy es Nochebuena, días de deseos de paz y felicidad, de amor y solidaridad, pero también de ñoñez, de cursilería y sensiblería que busca de manera hipócrita un desmesurado consumo. Es lo que cuenta.

He elegido este post a modo de homenaje y recuerdo a esa enorme cantidad de niños y niñas que van a vivir estos días navideños, sufriendo. Sin juguetes, sin ilusiones. Por eso salpicaré el artículo con algunas caras que nos miran, que nos piden explicaciones, sin comprender por qué les ha tocado vivir esa miserable vida.

Miles de personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares, sus lugares de origen, sus raíces, y correr todo tipo de peligros para conseguir el triste estatus de refugiadas, con el sueño de conseguir una mejor vida. Miles de personas que han dejado atrás sus vidas, sus amistades, sus familiares muertos.

Son seres humanos extremadamente vulnerables, desnudos de todo, menos de su esperanza, de su tesón en lograr un futuro para sus familias.

Ya he escrito sobre esta cuestión en otras ocasiones, en mi blog personal, El Faro de las emociones  cuando presentaba el libro de Pati Blasco, La piel desnuda, allá en el año 2011, y en éste mismo blog, el pasado mes, en el post titulado Vomitona emocional.

Y escribo de nuevo sobre ellas porque creo que tenemos un compromiso moral y ético de velar por los ideales de libertad, igualdad y justicia, y denunciar, al menos, con nuestras palabras, una situación que hoy sigue agravándose, porque nos estamos olvidando de todas estas miles de personas, las estamos haciendo invisibles.

Mi intención ahora, con un mensaje más sereno, reflexivo y sin dramatismo, es la de provocaros, a vosotros y vosotras quienes leías estas líneas, algunas emociones, porque cada uno y cada una de nosotros y nosotras, somos también extranjeros, quizás lo fuimos, quizás lo seamos.

Recordando algunas de los pasajes del libro de Pati, tal vez, si fuésemos capaces de arrancarnos el miedo, la ignorancia, la violencia y mirarnos con el alma despierta y ver más allá de este indecente fenómeno de la inmigración y de los refugiados, de ver más allá del color de la piel o de la tierra de origen, más allá de las fronteras, nos encontraríamos cara a cara con seres humanos sufriendo.

Por qué a tanta gente le molesta, ¿o le asusta? que el mundo sea de todos y todas, al fin y al cabo, ¿qué es una frontera?, ¿qué finalidad tiene?, ¿qué culpa tiene nadie de haber nacido a un lado u otro de cualquier frontera?

Y quienes se llevan la peor parte, si podemos decirlo así, son los niños y niñas. En realidad este post está inspirado por un tremendo reportaje fotográfico publicado en el suplemento Semanal de El Correo, sobre dónde y cómo duermen, mejor dicho, intentan dormir, los niños y niñas en los campos de refugiados. Una manera de darles visibilidad.

Son niños y niñas que han tenido que dejar allá, de dónde huyeron, sus juguetes, rotos por las bombas;

El reportaje muestra a Shed, 7 años, le encanta dibujar, al huir tuvo que dejar sus papeles y sus lápices de colores, ahora su única preocupación es qué comerá mañana.

Amir, con veinte meses de vida, nació ya como refugiado. Lamar, de cinco años, duerme en el bosque. Radia de siete años y su hermano Rahaf de trece, duermen con su padre entre cartones, soñando con su madre asesinada.

Abdullah, está enfermo, pero su madre un puede comprar las medicinas que necesita, todas las noches tiene pesadillas. Ahmed, seis años, su cama es la hierba, salió de Siria con su tío cuando asesinaros a sus padres. ¡Sólo llora por las tardes!. Fara de dos añitos, sólo tiene un balón de trapo. Mahdi, también dos añitos, no ha conocido otra vida que la guerra, en las fotos aparece dormido, agotado, tras un día en el que la policía húngara había usado gas lacrimógeno contra ellos. Fátima de nueve años, tardaron dos años en llegar de Libia a Suecia, donde viven ahora, pero no puede dormir.

A pesar de todo, ellos y ellas han tenido suerte, porque entre toda esta enorme cantidad de personas refugiadas, según Europol, más de 10.000 mil niños y niñas han desaparecido. Y esta cuestión, no nos es lejana, en España, entre la población inmigrante y refugiada, desaparecen 100 niños y niñas al año.

Son personas, de diferentes culturas, diferentes costumbres, otras vidas, ahora desnudas. Algunas de las pieles que más sufren son las de esos cientos de miles pieles infantiles, pieles inocentes. Pieles a las que nadie tiene derecho a negar sus opciones de futuro, pieles ahora desnudas, rasgadas, ensangrentadas por tantas vallas dañinas y excluyentes.

Vallas y muros impunes, reflejo vergonzoso de la intolerancia, del miedo a los diferentes, recordando a Zigmun Bauman en su obra La postmodernidad y sus descontentos, a los considerados, por algunos y algunas, como suciedad en nuestra “limpia sociedad”.

Perversos discursos que buscan la construcción de determinadas emociones sociales contra los inmigrantes, contra los refugiados, contra personas que huyen del horror.

En el mismo sentido de denuncia Francesc Serés en su libro “La piel de la frontera”, nos muestra diversos relatos sobre la realidad de precaria supervivencia de individuos que huyendo del hambre, de la miseria, de las guerras, intentan sobrevivir mientras se enfrentan al rechazo la xenofobia y la incomprensión.

Y yo me pregunto, y os pregunto, ¿Dónde están los valores de solidaridad, igualdad y altruismo?, ¿Dónde está la ética?, más allá de en vacías palabras de las peroratas políticas.

A pesar de todo, quiero acogerme al mensaje de esperanza e ilusión, de tener presente el amor como refugio para el dolor.

Propongo seguir soñando con que todo irá bien, es demasiado terrible pensar que no será así, con esperanza, con confianza en que ocurra, en que todos estos niños y niñas puedan lograr sus sueños y deseos. Las pieles desnudas, son todas iguales, desnudas.

Mi esperanza lleva tu nombre, el nombre de todos y todas esos y esas niñas.

Francisco Javier Bárez Cambronero

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Francisco Javier Bárez Cambronero

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