Martina, Juan sin miedo y algunas emociones incómodas.

Somos narradores. Construimos relatos, y -con ellos- nuestro universo. Con esos cuentos que contamos y nos contamos, le damos significado a nuestra vida. Si su materia prima sale por la puerta, el sentido común salta por la ventana.

Somos emocionales. Traemos esa característica tan plástica y contagiable, de serie, desde el concesionario. Si se tratase de un accesorio “opcional”, ya no estaríamos aquí. Sin emociones, nos habríamos extinguido. Nos ayudan a tomar las decisiones que luego justificamos con el mismo lenguaje con el que creamos nuestro relato.

Y, en ese “fondo de armario emocional”, algunas “prendas” no gozan de buena reputación. Resultan “demodés” en este mundo del “like”. Tan necesarias como incómodas, procuramos evitarlas. Entre ellas, ocupa un lugar preferente el miedo.

No nos gusta sentir miedo. Ni en presente, ni en pretérito ni por anticipado -más temible aún que los anteriores-. Ni en ninguna de sus intensidades o variantes: del terror al temor, de la aprensión al pánico, del espanto al desasosiego. Para muestra, un par de botones tomados de la fantasía de los cuentos.

En “Yo mataré monstruos por ti” , su protagonista temblaba. “Afuera llovía muchísimo, Martina tenía miedo, había llegado la noche …” No le gustaba y evitaba acostarse. Hasta que aprendió a relacionarse con su reverso, la antaño temida Anitram -la monstrua-.

En la “Historia de uno que hizo un viaje para saber lo que era el miedo” su archiconocido protagonista, Juan, no temblaba ante nada ni nadie. Y le picaba la curiosidad. ¿En qué consistía el miedo que nunca había experimentado? Cuentan los hermanos Grimm que Juan sin miedo corrió aventuras en su búsqueda. Y que encontró esta emoción en un sobresaltado despertar empapado por agua helada. Y no le agradó.

En otro lugar de la literatura la coprotagonista de “La buena suerte” Rosa Montero decía “El miedo es como una piedra que acarreas en el estómago. Es un parásito, un invasor. Un vampiro que te chupa los pensamientos porque no puedes alejarlo de tu cabeza. No hay manera de librarse por completo de él”

Otros géneros también nos aportan sus ejemplos. Como Blade Runner. “Terrible vivir con miedo, ¿verdad? Eso es la esclavitud”

Y ¿Qué decir de uno de los maestros del terror?

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido” (H. P. Lovecraft).

Y en estos tiempos de incertidumbre y zozobra sentimos miedo. Olas de noradrenalina golpean nuestra amígdala, epicentro emocional de nuestro cerebro.

Y vivimos desasosegados. En alerta.

“Princesa de los sueños déjame olvidar que tengo miedo …

los muchachos lucharán más allá del mar, los hombres se destrozarán con esa crueldad que les da el miedo …” (Otra vez en casa. El último de la fila).

Y, a veces, de la defensa huidiza, del miedo paralizante, saltamos al ataque, al enojo, ese “movimiento del ánimo que suscita ira contra alguien” Flight or fight”.

Emociones a veces incómodas, sí. A menudo, desagradables. ¿Renunciar? Tan atractivo como insensato. ¿Vivir sin miedo? Me temo que no.

Javier Riaño

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