Intervenciones en la infancia temprana mejoran la salud en la edad adulta

Niños pobres y de entornos marginales que habían sido objeto de una intervención sociosanitaria realizada hace 40 años mostraron, 30 años después, una menor prevalencia de los factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas. Las principales conclusiones del estudio se han presentado en un artículo en Science publicado en papel la semana pasada.

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El proyecto

El llamado Proyecto Abecedario de Carolina consistió en una intervención en cuatro cohortes de niños nacidos entre 1972 y 1977 en Carolina del Norte (EEUU). Fue diseñado como un experimento social para investigar si un ambiente infantil estimulante podría prevenir el desarrollo de retrasos mentales leves en niños pobres. Fueron 111 niños y niñas (109 familias); 57 fueron objeto de intervención y los otros 54, no, conformaron el grupo control. La intervención constó de dos fases, correspondiente cada una de ellas a un segmento de la vida de los chiquillos. La primera fase se desarrolló entre el nacimiento y los 5 años de edad, y la segunda, desde los 6 hasta los 8.

El procedimiento

Los grupos de control y de tratamiento fueron establecidos al azar de manera independiente en la primera y en la segunda fase. Durante la primera fase de la intervención se intercalaron periodos de estimulación social y cognitiva con cuidados y juegos supervisados durante jornadas completas de 8 horas. La estimulación se basaba en un curriculum que incidía especialmente en el desarrollo del lenguaje, regulación emocional y habilidades cognitivas. La segunda fase de la intervención se orientó a mejorar las habilidades matemáticas y lectoras tempranas, mediante actividades de aprendizaje basadas en materiales trabajados en la escuela y que eran después proporcionados a los padres para su uso en casa. El proyecto ABC tuvo también una componente nutricional y de atención sanitaria durante la primera fase. Los niños del grupo tratado recibieron dos comidas y un tentempié diarios, y se les proporcionó atención pediátrica, con controles periódicos y observaciones diarias. Después de finalizado el tratamiento, los participantes fueron controlados a las edades de 12, 15, 21 y 35 años.

Se realizó un análisis biomédico a los participantes a los 35 años de edad. Consistió en un examen físico a cargo de un médico (ciego a la condición experimental) que incluyó medidas de masa, altura, perímetro de la cintura y de la cadera, y tensión arterial. Además, realizó un examen médico completo: piel, cabeza, oídos, ojos, nariz, garganta, cuello, hombros, torso, etc. También recogió muestras de sangre para su posterior análisis clínico.

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Los principales resultados

La segunda fase de tratamiento no ejerció efecto detectable alguno sobre los indicadores de salud de los participantes. El tratamiento de la primera fase, sin embargo, si incidió en la salud del grupo experimental, principalmente de los varones.

En los hombres, el tratamiento mejoró significativamente los valores de tensión arterial (sistólica y diastólica), deficiencia de vitamina D, varias combinaciones de factores de riesgo (obesidad e hipertensión, obesidad severa e hipertensión, hipertensión e hipercolesterolemia) y el síndrome metabólico. También disminuyó significativamente la puntuación en la escala de riesgo de Framingham, que es una fórmula (específica de sexo) que se utiliza para estimar el riesgo cardiovascular de un individuo en los próximos diez años. En lo relativo a las mujeres, aunque la mayor parte de indicadores también mejoraron con el tratamiento, las diferencias no fueron estadísticamente significativas. En resumen, los niños que fueron tratados dentro del proyecto ABC disfrutan de mejores condiciones de salud cuando llegan a los 35 años, y presentan indicadores de mejor salud en el futuro. En palabras de los autores del trabajo, los beneficios fueron sustanciales y de largo alcance.

El estudio no permite establecer relaciones causa-efecto y, de hecho, los autores ni siquiera llegan a proponer posibles mecanismos mediante los que se producen los efectos observados. No obstante, sí apuntan que es posible que las diferencias observadas en la edad adulta estén relacionadas con algunas características biométricas (y quizás metabólicas) de los niños durante los años de la intervención. En general, era más probable que los que no recibieron el tratamiento tuvieran sobrepeso y valores elevados del índice de masa corporal durante el periodo preescolar. Y por otra parte, las personas que con 35 años eran obesas o muy obesas habían tenido índices de masa corporal por encima de lo normal en sus primeros cinco años de vida.

Las conclusiones

Como se ha señalado antes, se desconocen los mecanismos precisos mediante los que se manifiestan estos efectos. Es posible que la mejor salud se deba al cuidado pediátrico y nutrición adecuada en los primeros años de vida, quizás a mejores habilidades no cognitivas, a mejores habilidades cognitivas, o a una combinación de estos tres grupos de factores. Dado que los elementos de la intervención formaban parte de un lote completo, no es posible identificar el origen preciso de los efectos positivos. En todo caso, los resultados de este trabajo apoyan la importancia de la intervención en los primeros años de vida y sugieren que los programas de intervención a edades tempranas pueden contribuir de forma significativa a mejorar la salud de las personas adultas y a reducir, de esa forma, la carga que suponen los altos costes sanitarios.

La intervención de este programa costó 67000 $ (de 2002) durante los cinco años en que se desarrolló (1175 $ por niño tratado) y produjo beneficios sustanciales y prolongados. Si se tiene en cuenta, además, que los buenos programas de intervención en edades tempranas surten efectos muy beneficiosos de otra índole (reducción del crimen, elevación de ganancias y promoción de la educación), el efecto combinado de todos estos factores puede muy bien superar sus costes. Por todo ello, los autores sugieren que la vía de las intervenciones en la infancia temprana sobre grupos de población desfavorecida pueden ser una vía nueva y prometedora en las políticas sanitarias con importantes beneficios también en otras esferas de la vida social.

Fuente

Frances Campbell, Gabriella Conti, James J. Heckman, Seong Hyeok Moon, Rodrigo Pinto, Elizabeth Pungello, Yi Pan (2014): “Early Childhood Investments Substantially Boost Adult Health” Science 343 (1478) DOI: 10.1126/science.1248429

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