Motivos para compartir

Yanomani (foto: www.survivalinternational.org/)

Yanomani (foto: www.survivalinternational.org/)

Los seres humanos nos ayudamos unos a otros; en una de sus formas más básicas, esa ayuda consiste en compartir comida. Es muy común en los grupos humanos, y también en el resto de primates. Nos parece un comportamiento normal, natural, porque lo hemos experimentado con frecuencia. Pero también hay incógnitas al respecto. Al fin y al cabo, al compartir comida se eleva el grado de aptitud (fitness en sentido darwiniano) del individuo con quien se comparte y eso, desde el punto de vista evolutivo, exige una explicación.

En principio, cabe suponer que hay tres posibles razones por las que se comparte alimento. Por un lado está la denominada selección de parentesco; en virtud de tal mecanismo, se considera lógico que seamos altruistas con las personas con las que compartimos una parte de nuestros genes, porque ayudando a esas personas, contribuimos a facilitar que una parte de nuestro patrimonio genético perdure. También se puede compartir por gorroneo tolerado; el gorroneo consentido se produce cuando quien tiene comida no es capaz de monopolizarla debido a los costes que le imponen precisamente quienes no la tienen y que, aunque no le obliguen a compartirla, pueden hacer que le resulte muy costoso no hacerlo. En tercer lugar está la reciprocidad, ya que quien hoy dispone de comida que puede compartir, quizás haya recibido en el pasado ayuda de otro o prevea que podrá necesitarla en el futuro; esto es, sería ventajoso compartir comida en situaciones en las que la reciprocidad por parte de quien recibe puede acabar resultando conveniente en el futuro para quien comparte.

Un estudio publicado hace unos meses en la revista Proceedings of the Royal Society B por A. V. Jaeggi y M. Gurven, de la Universidad de California en Santa Bárbara, ha evaluado los efectos independientes de esos tres posibles motivos sobre la compartición de alimento en diferentes especies de primates, con particular énfasis en nuestra especie. La novedad que aporta este trabajo es que ha recurrido a las modernas técnicas de meta-análisis estadísticos, incluyendo un amplio conjunto de estudios. El análisis se realizó con datos procedentes de 32 poblaciones diferentes de primates (8 monos, 8 simios y 16 humanas) y el análisis agrupa un total de 10.000 díadas o pares de individuos que interaccionan.

El efecto de la reciprocidad se mide mediante el coeficiente de correlación de Pearson, r, que es, para el conjunto de las poblaciones de primates estudiadas, de 0,20 (0,14-0,26, intervalo de confianza con un 95% de probabilidad). Los análisis no arrojaron diferencias significativas entre grupos taxonómicos.

A partir de los datos procedentes de ocho estudios (diez poblaciones de diferentes especies), pudieron evaluar los efectos relativos de la reciprocidad, el parentesco y el gorroneo consentido. Los resultados para este subgrupo fueron los siguientes: a la reciprocidad corresponde un efecto de r = 0,2 (0,12-0,18, intervalo de confianza), al parentesco, de un 0,14 (i. c.: 0,06-0,22) y al gorroneo consentido, de un 0,22 (0,08-0,35). Así pues, los tres factores considerados inicialmente ejercen efectos significativos  sobre la compartición de comida y no muy diferentes unos de otros.

Chimpancés (foto: Wikipedia)

Chimpancés (foto: Wikipedia)

Este conjunto de datos indica que compartir comida, y muy probablemente otras formas de ayuda, no obedecen a una única causa, y que la reciprocidad es una de ellas. En lo que se refiere al efecto de esta motivación, al no haberse observado diferencias en su magnitud entre grupos taxonómicos, cabe suponer que no hay especies que se vean afectadas por restricciones o limitaciones cognitivas que pudieran impedir o limitar su incidencia. Esta conclusión es importante porque en más de una ocasión se había propuesto que quizás algunas especies no disponen de la suficiente capacidad cognitiva (memoria, capacidad de valoración, u otras habilidades) como para que la reciprocidad pudiera funcionar como factor causal a la hora de compartir.

Por otro lado, las diferencias entre especies quizás reflejen el hecho de que los beneficios que reporta para cada especie el hecho de compartir alimento sean a su vez, también diferentes. Por ejemplo, intercambiar comida (al igual que atusarse o apoyarse mutuamente en coaliciones) reporta mayores beneficios a chimpancés y capuchinos que a bonobos y tamarinos, y seguramente por esa razón la reciprocidad es más importante en los primeros que en los segundos. En la especie humana, por su parte, las diferencias en el grado de reciprocidad entre poblaciones parecen estar relacionadas con el grado de predicibilidad de la disponibilidad de alimento. En aquellas en que es más incierta la posibilidad de disponer de alimento de forma regular, la reciprocidad tiende a adquirir mayor importancia.

Es lógico que la reciprocidad actúe como factor que motiva compartir comida. Al fin y al cabo, en muchas ocasiones quienes tienen comida pueden darla a otros sin por ello experimentar una restricción nutricional significativa, y sin embargo, el beneficio que puede causar al que la recibe puede ser importantísimo. Además, es relativamente habitual que los roles se inviertan y que quien hoy da, mañana sea el que necesita recibir. Compartiendo comida se suavizan los efectos de la variabilidad en la disponibilidad de alimento; se reducen los riesgos de las situaciones de escasez transitoria, y se eleva la eficiencia en el uso de los alimentos disponibles.

Que no se me olvide: donde dice compartir comida, podría igualmente decir “altruimo” o “generosidad”.

 

Fuente: A. V. Jaeggi y M. Gurven (2013): “Reciprocity explains food sharing in humans and other primates independent of kin selection and tolerated scrounging: a phylogenetic meta-analysis.” Proc R Soc B 280: 20131615

http://dx.doi.org/10.1098/rspb.2013.1615

2 pensamientos sobre “Motivos para compartir

  1. Alfonso Jiménez Sánchez

    Pienso que tanto la reciprocidad como el gorroneo consentido son más consecuencias de la selección por parentesco.Esta selección, en el fodo, no es más que la expresión de lo que ya hace años R. Dawkin denominó el egoismo de los genes. Habría que comparar los resultados obtenidos entre individuos genéticamente emparentados con los obtenidos entre individuos muy distantes en sus genotipos. En este último grupo estoy seguro que saldría muy poquito altruismo o generosidad.

    1. Juan Ignacio Pérez Iglesias Autor

      He de pensar que quien hace la investigación y quien hace el meta-análisis saben discriminar los efectos de la selección de parentesco. Si no, este trabajo no tendría sentido. En cuanto al paradigma del gen egoísta, creo que, sin quitarle un ápice de valor, ha sido matizado y complementado por otros desarrollos teóricos y observaciones. Sin ir más lejos, todo lo que se ha hecho en relación con coevolución genético-cultural o en relación con la consideración del grupo como unidad de selección, han aportado nuevos elementos interpretativos.

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