Era una de las llamadas “vacas sagradas” en el ámbito académico con una reputación más que consolidada como investigador, escritor y gran conferenciante. En sus pláticas,  tenía como costumbre hacer que repartieran unas fichas en las que el público podía escribir sus preguntas. Estas anotaciones eran posteriormente recogidas y se las acercaban para que pudiera contestar de forma sistemática a todas ellas.

Un día, en una  charla para la que le habían llamado para tratar un asunto un tanto controvertido, este académico se encontró, cuanto iba a leer la ficha que le habían llevado, la palabra ¡IMBÉCIL! escrita en ella. En ese momento, y sin dejar traslucir ningún cambio emocional ya que conservaba el mismo semblante afable que había mantenido hasta entonces,  levantó la cara hacia el público y les dijo. En los años que llevo de conferenciante, que son muchos, me había encontrado con dos tipos de personas que me hacían llegar sus preguntas: Las que hacían la pregunta y firmaban y los que hacían la pregunta pero no firmaban.  Lo que no me había encontrado hasta ahora es una persona que sólo pusiese la firma.

Esta historia se la oí contar a Rafael Bisquerra en una intervención que realizó en Bilbao en el Instituto Unamuno sobre Educación Emocional para luego hacer referencia a la regulación emocional como una  competencia fundamental de la Inteligencia Emocional. A mí me sorprendió la historia por su sencillez y por cómo ejemplifica como se puede regular el disparo que produce un estímulo emocionalmente relevante, como se puede leer un insulto que va dirigido a ti, y encima delante de un auditorio lleno, sin perder la compostura, sin caer en la ira.

El correlato neuronal que se produce sería algo así como que una vez que se evaluado y definido el estímulo emocional como relevante en las cortezas cerebrales de asociación sensorial del cerebro, la amígdala induce el disparo de la emoción  y la ejecuta a través el hipotálamo, del tallo cerebral y del cerebro anterior basal produciendo cambios en el medio interno, vísceras, sistema músculoesqueletico y comportamientos específicos que generaran un estado emocional seguido de un sentimiento.

Sin embargo, lo que me llamó la atención fue lo que el académico hizo con su razón, en concreto con el intelecto que reside en las cortezas prefrontales del cerebro.  Esta persona redujo de forma importante la duración de la emoción, su disparo y su posterior anclaje sentimental.  Al minimizar la intensidad de la emoción, el desajuste homeostático del cuerpo, pudo orientar de una forma más eficaz sus pensamientos para dar la respuesta adecuada, con la intensidad debida, en el tono justo y en el momento oportuno.

Esta visualización, esta forma de “ver” cómo se  producirse la emoción y su  posterior regulación, y que seguro que muchos de ustedes pueden precisar mejor que yo, pude dar una idea de cómo la razón se hace indispensable en la regulación emocional. Las conexiones que mantienen las zonas corticales prefrontales con las amígdalas hacen que sea necesario reivindicar el uso de la razón como una de las formas de regular las emociones.

La inteligencia emocional no trata de la prevalencia de las emociones sobre la razón, sino la utilización de ambas en beneficio de la persona y de la sociedad en general.

¿Serían capaces de regular ustedes sus emociones como en el ejemplo citado?

Rogelio Fernández Ortea

Profesor, investigador, consultor y conferencista...muchas cosas que se podrían resumir en una: un humanista. Un proyecto de humanista ocupado en el desarrollo de personas, entornos y organizaciones competitivas y saludables oirentadas por un comportamiento ético y social.

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  • !Que estupendo ejemplo de regulación emocional! Me ha causado una gran admiración la actitud de dicho conferenciante. Llama mucho la atención la rapidez de pensamiento que demuestra dicha persona para poder dar esta maravillosa respuesta. es seguro que esta persona tiene ya una actitud ante la vida muy positiva e inteligente emocionalmente. Comparto totalmente la idea de la utilización del binomio razón emoción para la felicidad y la fluidez de las acciones del día a día. Se hacen necesarias una a la otra.

  • Creo que sería capaz de no traslucir mi reacción pero me costaría muchísimo parar el torrente y espiral internos.

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Rogelio Fernández Ortea

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