Caminando doliente por el húmedo pavimento, cavilaba sombrío sobre el escaso tiempo que seguiría viendo esas baldosas. Era insoportable imaginar un Bilbao sin él. Ahí seguirían la ría y el Casco Viejo y los puentes, todos esos rincones que podían contar su vida, ajenos a su ausencia. Eso ya no es Bilbao, sentenció despechado. De forma inconsciente, casi mecánica, el viejo escupió sobre una baldosa de Bilbao. Un fino y persistente sirimiri fue borrando su rastro.
Roberto Moso
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