“Lo mejor de los dos mundos”, así se titula la canción. Con ella abría siempre los conciertos. Le insuflaba tanta euforia que el resto del repertorio discurría como en un feliz tobogán acuático. “Lo mejor de los dos mundos”, el real y el imaginario, el prosaico y el rutilante, el del cabello castaño y el de la rubia platino. Así de fantástica puede ser una infancia feliz.
Pero hoy, por primera vez, no estaba en el repertorio. Ya no corresponde a su edad. Ya no hay “dos mundos” ya no existe Hanna, solo Nily. Ahora el escenario parece pesar más y aunque el público está lejos, la masa le envía un mensaje: los padres están más atentos que las hijas.
Roberto Moso
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