Abrí la puerta y en la penumbra pude distinguir a mi hijo, con los ojos revirados, entregado en cuerpo y alma al placer de los placeres, bebiendo con avaricia de aquel néctar delicioso, mientras sus manos palpaban torpemente entre senos femeninos. Tan enfrascado estaba que ni siquiera me vio. Me dio pena. Dudo que nunca en su vida vuelva a gozar tanto como en su lactancia.
Roberto Moso
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