Alrededor de la tumba de Jim Morrison, en París, unos jóvenes repetían el viejo ritual. Entre humos y tragos compartían toda la mitología adquirida durante años de adicción. El escándalo de Miami, las películas secretas, los discos malditos, la leyenda urbana sobre la falsa muerte de Jim.
Un viejo tambaleante, vestido con ropas ajadas y grasientas se acerca a ellos y los empieza a insultar. Ellos no le hacen caso. Al fin y al cabo es un pobre vagabundo, probablemente trastornado de tanto pasar frío y beber vino barato.
Pero súbitamente, ese anciano harapiento comienza a exhibir obscenamente su pene y ya en el colmo de la provocación vacía su vejiga sobre la tumba del ídolo.
Eso ha sido ya más de lo que pueden soportar. Un chaparrón de patadas y puñetazos han convertido en un bulto ensangrentado y quejumbroso al bueno de Jim.
Roberto Moso
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