El viejo pensador observa desde su ventana a la masa indignada. Puños, banderas y pancartas que se dirigen henchidos de razones hacia algún palacio de invierno. Todos coinciden en señalar que él es en parte responsable. Sus dos últimos libros, los que menos le ha costado escribir jamás se han vendido como rosquillas. Que ironía, esas soflamas incendiarias le han convertido por fin en un hombre rico. Ahora le piden la tercera y le está costando lo suyo. Porque la visión de esa amenazante turbamulta, le invita íntimamente a titularlo: disolveos.
Roberto Moso
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