Recordé de pronto aquel personaje, Mendikuti. Un periodista de raza en los tiempos duros, un hombre curtido a pie de sucesos terribles y atentados salvajes, contados a base de Olivetti y Ducados, un producto genuino de una era en la que reportero era sinónimo de buen bebedor y gatopardo en ambientes canallas. Cuando yo le conocí era ya un lastimoso residuo. Sus nuevos jefes, jóvenes tiburones, lo enviaban a ruedas de prensa intrascendentes donde gustaba de iniciar polémicas inapropiadas entre risitas piadosas. Las huellas de tanta bohemia se mostraban ya crueles en su piel y las trazas descuidadas que le quedaban simpáticas de joven, le daban entonces un tinte de indigencia. No era raro tampoco verle dormitando arrullado por el orador de turno. ¿Qué sería de Mendikuti?. Recordaba yo absorto todo aquello cuando la empleada me sobresaltó. “Señor, la rueda de prensa ya se ha terminado”.
Roberto Moso
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