Se estaba muriendo. Se lo decían sus huesos, se lo decía su corazón, hasta el rictus bobalicón de la enfermera era un clamor. Se estaba muriendo, se cernía sobre él el mayor drama de su existencia y a nadie parecía afectarle gran cosa. ¿Dónde estaba la aflicción, donde las grandes palabras, donde las confesiones de última hora?
Se estaba muriendo y todo el mundo le hablaba como si fuera un recién nacido. Es lo que tiene, morirse a los 104.
Roberto Moso
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