La Orquesta Sinfónica salió a tocar desnuda y el público, sorprendido, comenzó a patear y a protestar airadamente. Entonces, como estaba previsto, todos los músicos emularon a Pete Thousend y comenzaron a destrozar enrabietados sus instrumentos estampándolos contra el suelo y saltando sobre ellos con saña para después rociarlos con gasolina y quemarlos. Una inmensa hoguera se formó en el escenario mientras los gritos de horror del público se mezclaban con las carcajadas histéricas de la orquesta.
Entonces el director dio tres golpecitos con la batuta y volví a la realidad. La impecable interpretación al contrabajo de la danza ritual del fuego ante un público circunspecto.
Roberto Moso
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