Escribió un poema en pleno arrebato. No estaba mal pero le faltaba elaboración. Tras revisar los detalles verso a verso lo volvió a leer. Le resultó pretencioso. Decidió reelaborarlo de forma más espontanea y le resultó irreconocible. Desesperada fue a la cocina y lo quemó. Al ver esos versos consumirse en llamas sintió por fin el zarpazo de la poesía.
Roberto Moso
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