Creía despreciar la gloria. Se engañaba. En realidad la estaba buscando. Ahora puede sentir su dulce caricia. Los homenajes emotivos, los premios a toda una carrera, su nombre en boca de profesores e historiadores, su busto en calles y plazas, las nuevas generaciones de aficionados que le vitorean y le disfrutan como se merece. Ahora, sí, saborea el delicioso sabor de la gloria. La vive con deleite mientras dura el efecto de la morfina que le aplica la enfermera. Después se esfumará.
Pero ¿a quién le importa?
Roberto Moso
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