Un gen bastante puñetero

En noviembre del pasado año, Abdelmalek Bayout, un inmigrante argelino en Italia fue encarcelado por el asesinato de Walter Perez, quien se había burlado de él por utilizar kohl de ojos. Abdelmalek Bayout fue condenado a 9 años de reclusión, una pena muy leve para un asesinato. La razón de esa leve condena, en parte, es que la defensa esgrimió, como atenuante, el hecho de que el acusado porta un determinada variante del gen MAOA.

Las siglas MAOA corresponden a “monoamina oxidasa A”, denominación dada a un gen localizado en el cromosoma x. Este gen codifica una proteína cuya función consiste en inactivar algunos neurotransmisores cerebrales, -noradrenalina, serotonina y dopamina, por ejemplo-, una vez han completado su función mensajera entre neuronas. Se da la circunstancia de que MAOA tiene varias versiones que se diferencian por su actividad, y las menos activas dan lugar a que se acumulen los neurotransmisores en las hendiduras sinápticas, lo que provoca diferentes alteraciones en el comportamiento.

La historia de este gen empezó hace veinte años, cuando un grupo de mujeres holandesas se propuso conocer la razón por la que los varones de su familia exhibían comportamientos antisociales. Además de dificultades de aprendizaje, los varones de la familia, jóvenes y adultos, eran agresivos, proclives a arrebatos de furia, y acreditaban una larga lista de intentos de violación y asesinato. Dado que el historial tremebundo de la parte masculina de la familia se remontaba cinco generaciones atrás, sospecharon con buen tino, que se podía tratar de un comportamiento hereditario, y contactaron con el genetista Hans Brunner. Pues bien, en 1993 el Dr. Brunner encontró al culpable: se trataba del gen MAOA, y más en concreto, de una variedad “inútil” (completamente inactiva) de este gen. A partir de ese momento, y como suele ocurrir en estos casos, se fueron encontrando cada vez más evidencias a favor de la relación entre la presencia de rasgos antisociales como los descritos y las variedades menos activas del gen en cuestión. Al estar en el cromosoma x, los hombres sólo portan una versión, por lo que si tienen mala suerte con la que les toca, los resultados pueden ser como los descritos. En el caso de las mujeres es diferente, porque al llevar dos, uno en cada cromosoma x, es muchísimo más raro que lleguen a manifestar comportamientos tan antisociales, al menos por esa razón.

Una variedad de baja actividad (MAOA-L) también ha sido asociada con comportamientos agresivos aunque es muy común: la tiene (tenemos?) la tercera parte de los varones blancos. No debe pensarse, no obstante, que rasgos del comportamiento tan complejos como los señalados dependen únicamente de un gen. Lo cierto es que otros, como MAOB (monoamino oxidasa B) o COMT (catecol-O metiltranferasa), de los que depende la generación, utilización y degradación de los mismos neurotransmisores, también condicionan estos y otros rasgos de comportamiento. A modo de ejemplo de la complejidad de estos sistemas, sirva el dato de que las mujeres con MAOA-L son más propensas a la depresión cuando están embarazadas, pero sólo si además portan la versión de baja actividad de COMT.

¿Quiere esto decir que rasgos del comportamiento como los descritos están determinados genéticamente? La respuesta a esta pregunta está en el núcleo del debate “naturaleza vs. crianza” (nature vs. nurture) tan en boga durante las últimas décadas, pero que, como suele ocurrir en estos casos, no admite una formulación unívoca y sin matices.

Cada vez hay más consenso, -yo al menos así lo creo-, en atribuir a ambos factores, -hereditario y ambiental-, similar e igualmente importante incidencia en el comportamiento. O mejor dicho, cada vez parece estar más claro que nuestro comportamiento es el resultado de una interacción entre condicionantes genéticos y factores ambientales. Los elementos educativos entran, en nuestro caso, dentro de esta categoría. En relación con este gen en concreto, se sabe que el entorno y condiciones que se experimentan durante la niñez son determinantes a la hora de que se manifiesten comportamientos antisociales en la etapa adulta de la vida. Un estudio realizado en Nueva Zelanda con 442 varones a los que se siguió desde la niñez ha puesto de manifiesto que del tercio de ellos que portan la variedad L, los que han mostrado una mayor propensión al comportamiento agresivo han sido aquellos que han sido tratados indebidamente o han sido ojeto de abusos. Y ha habido otros estudios que han arrojado resultados similares. Al parecer, los estímulos ambientales pueden modular el grado en que se expresan determinados genes y los casos vistos parecen ajustarse a ese modelo.

Volvamos al comienzo. En los próximos años asistiremos al descubrimiento de cada vez más relaciones causales o semi-causales (en interacción con elementos ambientales) entre la dotación genética de individuos, familias y grupos humanos, y distintos rasgos del comportamiento, incluyendo rasgos patológicos o antisociales. Esto planteará importantísimas cuestiones de índole ética, educativa y jurídica, cuestiones quizás más complejas que las que hemos empezado a atisbar en relación con los avances de la biotecnología y técnicas reproductivas modernas. Así pues, conviene que empecemos a pensar en ello, porque no está nada claro que portar una u otra variedad de un gen deba ser atenuante o agravante en caso de delito. Y como eso, un buen número de otras cuestiones serán difíciles de resolver.

Nota: Bastante de lo que cuento en esta entrada lo he tomado deun artículo que acaba de publicar New Scientist (nº de 10 de abril de 2010) bajo el título “Dangerous DNA” y firmado por Ed Yong. Ed Yong es un divulgador científico reconocidísimo, es autor del blog de divulgación científica “Not exactly rocket science”, que ha recibido los premios “Research blog of the year”, “Blog post of the year”, y “Lay-level blog of the year”, en los “Research Blogging Awards 2010”

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