El reconocimiento es nuestra recompensa social por excelencia y engancha. Nos encanta ser considerados como alguien interesante y dignos de acaparar la atención de los demás, generar opinión, impactar, al fin y al cabo; y es que no nos encanta por vanidad, sino porque son necesidades relacionales básicas y que en general están asociadas con la salud -la necesidad de hacer un impacto en otros y recibir la validación-, así que satisfacerlas nos da gusto, literalmente. Algunos de mis colegas, más avezados en el funcionamiento del cerebro y los circuitos de la recompensa podrían hablar con más propiedad sobre la explosión de endorfinas al oír ese característico sonido que hace el móvil cuando entra un mensaje. Pero como decíamos, tal como vienen se van. Cuando esta afrodisíaca pócima se acaba, rápidamente aprendemos a buscar la manera de volver a encontrarla, a través de la creación del siguiente contenido interesante o provocador, y el inicio del siguiente ciclo. Se suceden tan rápidamente que lo que causa conmoción, asombro, indignación el lunes, para el jueves, es cosa del pasado. Podríamos encontrar opiniones ideológicas, fotografías de vacaciones, apoyos a campañas políticamente correctas, chistes, fotografías auto-publicitarias, y muchos mensajes sobre cómo deben o no ser las cosas en general.
Supongo que estas paradojas también encuentran su lugar en estos sitios virtuales y por un lado parece que la diversidad es la bandera, personas de muchos países compartiendo sus visiones diversas del mundo, y al mismo tiempo, todos en busca de la homogeneidad. Se llama comunidad habitualmente a los grupos que se forman en estas plataformas, constituidos por usuarios que interactúan, y como tales grupos, también cumplen algunas de sus características más esenciales. Por ejemplo dicha tendencia a la homogeneidad, a la instauración de una cultura de grupo más o menos radical y la petición implícita a sus miembros de comulgar con los valores de dicho grupo. Si además el contenido es socialmente deseable -o políticamente correcto, en otros términos- entonces los valores del grupo encuentran un refrendo externo que justifica su existencia y sus posturas. Por último, los usuarios que muestran opiniones contrarias o posturas desafiantes ante el contenido o el mensaje ulterior, reciben rápidamente la reprimenda del resto de miembros, empujándole hacia la confluencia, sin interés en explorar su diferencia o discrepancia. Y es que también en internet, la diferencia desafía la cohesión. Si además, las reprimendas se apoyan en valores universalmente deseables como la solidaridad, la empatía, la equidad o la coherencia, el permiso está servido, y es justificable no preguntar antes de condenar. Seguimos siendo humanos, también en internet, es evidente.
¿Qué facetas personales tratamos de mostrar al mundo mientras ocultamos otras?
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