El cambio de estación no se notó, alargándose en un interminable y caluroso veroño, y después, de forma fulminante y súbita nos cayó el otoño que, como tal, ha debido durar una semana –como mucho– permitiendo que el invierno se colara a escondidas y corriendo…
La cansina compañera de viaje en este último tiempo, la Covid-19, no sólo no ha desaparecido, sino que, aunque parecía que en algunos países había retrocedido –y el nuestro era uno de ellos-, da la sensación de que lo hizo para tomar un nuevo impulso.
En esta tesitura, decidimos que debíamos parar al menos un par de días. Buscamos una Casa Rural en el valle de Arratia, a unos 35 km de Bilbao –esto es, al lado de casa-. El tiempo se puso de nuestro lado y, aunque pre invernal en cuanto al termómetro, estuvo despejado el viernes y el sábado. Domingo, como no, lluvioso ¡que estamos en Bizkaia! Cuando llegamos a nuestra habitación, a la luz de una espectacular luna llena, pudimos ver desde el ventanuco al majestuoso monte Gorbeia.
El domingo, envueltos en la niebla y rociados por el sirimiri, nos llegamos hasta el santuario de Urkiola y su espectacular entorno de hayedos de troncos semidesnudos tejiendo alfombras con sus hojas caídas sobre el intenso verdor a los pies de las encinas.
Hacía mucho que no sentía el balsámico efecto reparador de este encuentro sereno y sin pretensiones con la naturaleza. ¡Habrá que hacerlo más a menudo!
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