Distinguió su cara entre la multitud navideña que hormigueaba en el lugar. Dios, no le apetecía nada que le viera. Cambió su rumbo y el de su familia con una excusa estúpida y se olvidó del asunto. Pero pasadas unas horas, volvió a distinguir su rostro entre la masa y se temió lo peor.
– Dios, me ha visto… No puedo disimular más.
Así que improvisó una sonrisa y palmeó la espalda de su viejo amigo. Qué curioso, de pronto percibió que a él le pasaba lo mismo. Los dos viejos compañeros de celda en los tiempos de la resistencia, se avergonzaban de verse en el Centro Comercial.
Roberto Moso
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