Su equipo iba ganando y él estaba inquieto. Cuando les metieron el primer gol se tranquilizó un tanto. Finalmente encajaron una goleada que le alivió por completo. Tras los pitidos finales se acercó a dar la mano al portero y le trasladó unos ánimos que ambos sabían fingidos. Da igual. Ese niñato no le iba a mandar más al banquillo. Por el momento.
Roberto Moso
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