La vio y automáticamente se enamoró de ella. Estaba ahí parada, luciendo un conjunto azul de vestido y chaqueta con pequeñas motas blancas. Quedó fascinado, contemplando aquella mirada fría y triste a la vez. El eterno femenino pensó admirado. La mujer con la que cualquier hombre podría soñar. Súbitamente se azoró al sentirse observado y reinició su marcha con cierta premura. Que iban a pensar, un hombre hecho y derecho mirando embelesado durante tanto tiempo el maniquí de un escaparate.
Roberto Moso
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