Arranca el rumor en la espesura,
Vuelve de nuevo metido en el llanto.
Se perdieron los años en la arruga.
Frío brillo de vidrio en la mano,
Ahora no leas a la muchedumbre ni describas sus orgasmos;
Donde nadie va
No hay cruces
Solo suelo desgastado.
Este poemario de EL DROGAS tiene varias partes. El comienzo es la parte más antigua, y el final la más moderna. Y son estos últimos los que más he disfrutado, han despertado algo en mí. Los primeros, a lo mejor por su lejanía, me han parecido demasiado crípticos, demasiado laberínticos.
Parte de los poemas los escribió como si fuera una mujer con el seudónimo de Eva Zanroi.
Soy Bukowski besando en la boca de Hemingway
Para robarle el aliento roto de vino.
Soy Marilyn violada por la mirada de la plaga y Rosa en el río.
Soy Sade, silencioso en el bullicio oscuro y pederasta en el bullicio asesino.
Soy la pistola que se mató a sí misma un ocho de julio y no por casualidad.
Al fin y al cabo, este poemario es la mirada de un universo llamado Enrique Villareal. Que juega con metáforas para contarnos historias de la calle. Y no tiene pelos en la lengua para criticar a la jerarquía eclesiástica… a la apatía de la sociedad, a su inacción, a su indiferencia. A todos los poderes. Un universo que siempre acaba resguardándose en el amor o en su simulacro… o simplemente en el refugio del sexo.
Goizalde Landabaso
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