Así comienza el Diario del año de la peste de Daniel Defoe. El londinense Defoe, iniciador de la novela moderna en Inglaterra a comienzos del siglo XVIII, fue un caso notable de novelista tardío que empezó a publicar sus obras más conocidas cuando se acercaba a los 60 años. Y lo hizo siempre acuciado por las deudas que le granjearon sus infortunados negocios y por las persecuciones políticas derivadas de sus actividades como agente secreto del gobierno. A pesar de tantas tribulaciones, dejó su impronta en casi todos los géneros narrativos, con un estilo funcional, vigoroso y eficaz, utilizando muy a menudo la primera persona para hacer pasar sus obras por testimonios autobiográficos. Así ocurre en sus novelas de viajes y aventuras, como el célebre Robinson Crusoe, de 1719 o Las aventuras del capitán Singleton del año siguiente; pero también está contada en primer persona Moll Flanders, un ejemplo atípico de novela picaresca que le sirvió para ahondar en la psicología femenina, si bien desde una perspectiva puritana.
Defoe fue, además, un precursor del reportaje periodístico, género con el que se podría emparentar este impresionante Diario del año de la peste, que hoy comentamos, publicado en 1722. De nuevo hay aquí una voz que cuenta lo vivido en primera persona, como si se tratara de unas memorias noveladas, pero con un aporte documental que recuerda la crónica histórica. El libro revive la terrible epidemia de peste bubónica que asoló Londres a lo largo del año 1665 dejando la cifra aproximada de cien mil muertos. Junto a las vivencias recordadas o recabadas por el autor, que tenía solo cinco años cuando se desató la epidemia y tuvo a su tío Henry Foe como principal informador, se incluyen toda una serie de datos fidedignos: registros parroquiales con sus estadísticas mensuales de muertos, ordenanzas municipales o noticias de la época.
A lo largo de la obra participamos del terror creciente de la población, de la huida de los poderosos y de todo el que tuviera posibilidades al campo, del tapiado de las casas en que hubiera un apestado, ante la que se colocaban guardias para que nadie pudiera salir, lo que condenaba a todos sus familiares al contagio. Vivimos el paso diario del carro de los muertos, que a veces recogía vivos por equivocación, y asistimos a la absoluta improvisación de las autoridades a la hora de tomar medidas eficaces. Y todo lo hacemos con un asombro creciente, ante el escalofriante relato urdido por Defoe, con un tono objetivo y distanciado.
Si ustedes lo desean, podrán revivir esta pesadilla, contada de forma magistral, en la reciente edición castellana de editorial Impedimenta. Su título: Diario del año de la peste.
Javier Aspiazu
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