La parábola de los champiñones

Un trabajo recién publicado ha aportado pruebas empíricas de que la creencia general de que los hombres tienen más habilidades espaciales que las mujeres es incorrecta, o al menos lo es si no se precisa de qué modalidad de habilidad espacial se trata. El estudio en cuestión parte de la idea de que el poseer unas u otras habilidades espaciales ha de ser función del valor adaptativo que tuvieron para nuestros antepasados y, más en concreto, el valor que tuvieron tales habilidades en relación con la obtención de recursos, principalmente alimenticios. Al fin y al cabo, si la eficiencia en la obtención de esos recursos dependía de esas habilidades, es lógico suponer que se han seleccionado aquellas que maximizaban dicha eficiencia, pues el remanente energético disponible para invertir en la descendencia resultaba así mayor.

Estudios anteriores, consistentes en pruebas de laboratorio hechas con lápiz y papel, ya habían indicado que las diferencias entre hombres y mujeres no son de índole cuantitativa, sino cualitativa. Esto es, que los hombres poseen unas habilidades espaciales en mayor grado y las mujeres poseen otras. Todos estos estudios parten del supuesto de que durante el Pleistoceno se produjo una división del trabajo entre hombres y mujeres. Según dicha división, los hombres se habrían dedicado preferentemente a tareas de caza, esto es, a la búsqueda de presas móviles. Esas presas no solamente eran de alto valor energético, sino que además, su captura resultaba impredecible y en muchas ocasiones de baja frecuencia. Y las mujeres se habrían dedicado más a tareas de recolección, principalmente de plantas, frutos y tubérculos, productos de muy inferior valor nutricional, pero más abundantes y de presencia más fácilmente predecible en unos u otros lugares. Una división del trabajo entre los dos sexos como la descrita es la que se suele observar mayoritariamente en los pueblos cazadores-recolectores que subsisten en la actualidad.

Lo más importante de este trabajo es que se ha realizado en el campo con pobladores de una comunidad indígena del sur de Méjico. Se trataba de personas que realizaban desplazamientos de larga distancia en busca de hongos y a las que se les monitorizaba mediante GPS la trayectoria que seguían en la búsqueda, incluyendo la altitud a la que llegaban. El desplazamiento lo hacían por parejas (por seguridad, para no perderse) y cada pareja estaba formada por dos individuos del mismo sexo.

Los resultados del trabajo confirmaron la hipótesis de los investigadores de que en una tarea de recolección las mujeres muestran un comportamiento más eficiente que los hombres. Ambos, mujeres y hombres, se desplazaban a similar velocidad, pero las mujeres se detenían en más ocasiones. Esto era debido a que las mujeres recogían una mayor variedad de hongos, mientras que los hombres se concentraban preferentemente en ciertas especies. Por esa razón los hombres llegaban más lejos y subían más arriba en la montaña (el volcán en realidad), con lo que gastaban más energía (también su frecuencia cardiaca era superior). Las mujeres recolectaban una mayor variedad de especies, quizás de menor valor organoléptico algunas de ellas, se paraban en más sitios, y aunque en todos los casos la cantidad media de setas recogidas era mayor, las diferencias con los hombres no eran estadísticamente significativas. En definitiva, que las mujeres resultaron ser a todas luces más eficientes que los hombres desempeñando esta tarea de recolección.

Estrambote

Esta historia me ha recordado una de aquellas parábolas evangélicas con las que nos instruían de pequeños. Se me ocurre que si realizásemos este experimento en nuestro contexto urbano actual, podría ocurrir que los resultados no fuesen cualitativamente muy diferentes: los hombres, al ir de compras, irían más lejos; entrarían en menos tiendas, pero preferirían las de productos mejores; tardarían más, por tanto, en hacer la compra; y, por regla general, gastarían más dinero porque tenderían a comprar productos más caros. Y por si todo eso fuera poco, las mujeres de la generación de mis abuelas quizás habrían pensado que antes de volver a casa, el marido se habría quedado un rato en la taberna a gastar los pocos cuartos que hubiesen podido quedarle. 😉

Referencia: Luis Pacheco-Cobosa, Marcos Rosettib, Cecilia Cuatianquizc y Robyn Hudson (2010): “Sex differences in mushroom gathering: men expend more energy to obtain equivalent benefits” Evolution and Human Behavior, 31: 289–297.

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