Preferencias femeninas y desigualdad económica

Estas dos imágenes forman parte del lote utilizado por el equipo de Lisa DeBruine para realizar su estudio; ambas provienen de la misma fotografía original y han sido retocadas para producir dos caras de rasgos netamente diferentes

Estas dos imágenes forman parte del lote utilizado por el equipo de Lisa DeBruine para realizar su estudio; ambas provienen de la misma fotografía original y han sido retocadas para producir dos caras de rasgos netamente diferentes

En contra de lo que vimos en el último artículo, es posible que los gustos de las mujeres por rasgos más o menos masculinos en los hombres no tengan relación con la incidencia de las enfermedades infecciosas. Una reelaboración de los datos de los que se extrajo la conclusión de que existía tal relación, ha arrojado una conclusión diferente, la de que es posible que esos gustos tengan más que ver con el nivel de violencia que hay en una sociedad.

Empezaré explicando por qué unos mismos datos han podido dar lugar a una conclusión diferente. Los sistemas de publicación de artículos científicos actuales permiten una interacción entre investigadores que antes no era fácil. Me refiero a las ediciones llamadas “electrónicas”. Esas ediciones permiten adjuntar material que no es accesible a los lectores en las ediciones en papel. Los autores, normalmente, publican de esa forma los datos en los que se han basado para hacer los cálculos cuyos resultados sí se presentan en la edición en papel. Y eso abre interesantes posibilidades, pues otros investigadores pueden trabajar con los datos originales e, incluso, llegar a conclusiones diferentes.

Esto es lo que ha ocurrido con la última publicación que glosé aquí. Lisa DeBruine y colaboradores habían llegado a la conclusión de que en los países con mayor incidencia de enfermedades infecciosas, las mujeres prefieren hombres con rasgos más masculinos, mientras que ocurre lo contrario (preferencia por rasgos menos masculinos) en los países cuya población está, en general, más sana.

Unos investigadores diferentes de los del equipo de la doctora DeBruine han acudido a los datos originales publicados en la edición electrónica de la revista Proceedings of the Royal Society B y han llegado a una conclusión diferente. Lo curioso del caso es que el marco conceptual en el que se mueven los dos grupos es el mismo. Basan la interpretación de los resultados en el fenómeno conocido como “selección sexual”. Pero este segundo grupo ha comprobado que si en vez de utilizar el “índice nacional de salud” como posible predictor de los gustos femeninos, utilizan otros indicadores, la correlación entre las dos variables es mucho más alta.

La hipótesis de este segundo grupo es que los rasgos faciales masculinos no solo indican un mejor estado de salud, sino que también expresan dominancia. Y en determinados entornos, la dominancia determina el éxito competitivo en las jerarquías masculinas. Por esa razón, podría ocurrir que las mujeres se sintieran más atraidas por la masculinidad en ambientes en los que los beneficios de la dominancia son mayores.

Para comprobar la validez de esa hipótesis, los autores analizaron la correlación existente entre la preferencia femenina por rasgos masculinos y el índice de Gini. Este es un índice que mide la desigualdad económica, pues mide la disparidad de ingresos que hay en un país. Por otro lado, se sabe que allí donde hay mayores niveles de desigualdad hay más homicidios y, en general, mayores niveles de violencia y agresión.

La conclusión que alcanzó este segundo grupo resultó espectacular, pues la correlación (r2=0’69, p<10-4) que han obtenido utilizando el índice de Gini es muy superior a la que habían establecido DeBruine y colaboradores utilizando el ínidice nacional de salud como potencial predictor de las preferencias femeninas. Los autores concluyen, finalmente, que la variable relevante en este análisis ha de estar directamente relacionada con el nivel de violencia en cada país, pues es ese nivel de violencia lo que haría que las mujeres prefiriesen parejas masculinas con rasgos más o menos masculinos.

Fuente: Robert Brooks, Isabel M. Scott, Alexei A. Maklakov, Michael M. Kasumovic, Andrew P. Clark and Ian S. Penton-Voak (2011): “National income inequality predicts women’s preferences for masculinized faces better than health does” Proceedings of the Royal Society B 278: 810-812

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