“En la época en que esta historia comienza, la prensa de Stanhope y sus rodillos distribuidores de tinta no funcionaban aún en las pequeñas imprentas de provincias. A pesar de la especialidad que le pone en contacto con la tipografía parisiense, Angulema utilizaba siempre prensas de madera, de las que se ha conservado la expresión “hacer gemir las prensas” que hoy ya no tiene razón de ser. La antigua imprenta utilizaba aún los tampones de cuero, recubiertos de tinta con el que uno de los prensistas frotaba los moldes. La plataforma móvil en donde se coloca la forma, sobre la que se aplica la hoja de papel, era aun de piedra con lo que justifica su nombre de mármol. Las devoradoras prensas mecánicas han hecho hoy olvidar tan bien este mecanismo…, que es necesario mencionar el viejo utillaje por el que Jerome Nicolas Sechard sentía un afecto supersticioso, ya que desempeña un papel en esta pequeña gran historia”.
Suerte que continuaremos conociendo en una segunda novela dedicada a este personaje, Esplendores y Miserias de las Cortesanas, que fue apareciendo por entregas entre 1843 y 1847. En esta obra Balzac, quizá algo envidioso del sonado éxito de Eugenio Sue con sus Misterios de Paris, acentúa el dramatismo y los contrastes haciendo oscilar a Rubempré, sin medias tintas, entre la aristocracia de Saint Germain y el hampa de los bajos fondos. Su benefactor, el supuesto clérigo Carlos Herrera resulta ser, en realidad, el expresidiario Vautrin, individuo sin escrúpulos capaz de manejar situaciones y personas a su antojo, llegando incluso hasta el crimen. Todo para conseguir emparentar a Lucien, perdidas ya sus ambiciones literarias, con una fortuna aristocrática. La intriga alcanza su punto culminante con el final trágico del protagonista, instante especialmente dramático e inolvidable para todos los lectores de la obra.
Oscar Wilde llegó a decir que la muerte de Lucien de Rubempré había sido el gran drama de su vida. Éste es un buen ejemplo de la popularidad que alcanzaron estas dos fascinantes novelas, escritas con el entusiasmo y el vigor que puso en toda su obra Honoré de Balzac.
Javier Aspiazu
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