Pompas de papel

“Como con cualquier otra infraestructura comunicativa y energética de la historia, los diversos pilares sobre los que se alce una Tercera Revolución Industrial tendrán que ser levantados y afianzados simultáneamente o no sostendrán el peso de ésta.  Ello se debe a que cada pilar sólo puede funcionar en relación con los otros.  Los pilares de la Tercera Revolución son concretamente cinco: la transición a la energía renovable; la transformación del parque de edificios de cada continente en microcentrales eléctricas que recojan y reaprovechen “in situ” las energías renovables; el despliegue de la tecnología del hidrógeno y de otros sistemas de almacenaje energético en todos los edificios, para acumular energías como las renovables que son de flujo intermitente; el uso de la tecnología de Internet para transformar la red eléctrica de cada continente en una “interred” de energía compartida que funcione exactamente igual que Internet; y la transición de la actual flota de transportes hacia vehículos de motor  eléctrico con alimentación de red y/o con pilas de combustible, capaces de comprar y vender electricidad dentro de una red eléctrica interactiva continental de carácter inteligente”.

Este es un párrafo de La tercera revolución industrial de Jeremy Rifkin, obra publicada por Paidós.  En el libro se nos define al autor como pensador social, asesor de numerosas organizaciones internacionales y diversos jefes de Estado. Sea más o menos utópico, el ensayo tiene el valor de presentarnos un relato creíble, una hoja de ruta sobre lo que podría ser nuestro futuro en las próximas décadas de modo que evitemos el suicidio como especie y como planeta.

Según Rifkin, las revoluciones industriales que nos han traído hasta aquí han necesitado la conjunción de un salto cualitativo en el suministro de energía y un salto semejante en el campo de la información y la comunicación. Es en el salto de las energías renovables y en el despliegue de Internet donde cifra Rifkin la alternativa de futuro que propone.  Ello conllevará nuevas formas de pensar, nuevas formas de actuar más transversales, más colaborativas, no  ancladas en los dogmas del capitalismo individualista y cortoplacista. Sea perfecto, sea mejorable, necesitamos pensadores que tracen caminos, que hagan despertar esperanzas e ilusiones ante las crisis ecológica, económica y de valores.

Aunque no se note demasiado, diversos países y muchos entes locales están intentando articular este tipo de iniciativas dentro de sus políticas de desarrollo buscando sostenibilidad en una economía que parece no puede durar mucho dentro de sus actuales estructuras.

Jokin Aldazabal