“El escritor, un anciano de bigote blanco, se veía en dificultades para encaramarse a su cama. Las ventanas de la casa en que vivía eran altas, y al anciano le gustaba ver los árboles cuando abría los ojos por la mañana. Vino un carpintero para colocar la cama de manera que estuviese al mismo nivel de la ventana.
Con este motivo se armó un gran barullo. El carpintero, un veterano de la Guerra civil, entró en el cuarto del escritor y tomó asiento, para exponer su idea de construir una tarima, instalando encima de ella la cama. El escritor tenía por allí cigarros, y el carpintero se puso a fumar.
Estuvieron los dos hombres durante un rato hablando de levantar la cama; pero luego cambiaron de conversación…”.
En Winnesburg, Ohio hay un personaje recurrente, George Willard, joven reportero del diario de la localidad que da título al libro. Su presencia sirve de vínculo entre los diversos relatos que lo conforman. Las historias están entrelazadas con esmero intentando dar una idea lo más global posible de la realidad de un pequeño pueblo del Medio Oeste americano, de apenas 1800 habitantes.
Trabajadores, tenderos, tipos raros, el reverendo, los doctores, la maestra de la localidad y las enamoradas de Willard, entre otros muchos, protagonizan cada uno de los relatos (o capítulos de esta posible novela). Y prácticamente todos estos personajes tienen al joven reportero como testigo o confidente de sus historias.
La conducta visible de todos ellos, su aspecto exterior, y también su vida interior, sus sentimientos, anhelos y frustraciones, están expresados con un estilo directo y lírico a la vez. La penetración psicológica del autor es sorprendente volviendo cercanas y entrañables a la gran mayoría de las figuras descritas. Como le dice la maestra a George Willard, en quien ve a un futuro escritor, “hay que ser algo más que un simple buhonero de vocablos. Hay que aprender a percibir lo que la gente piensa, no lo que dice”. Para ello Anderson utiliza frases despojadas de adornos, sencillas pero no exentas de aliento poético, convirtiéndose en un claro precedente del estilo que caracterizaría a Hemingway, quien siempre reconoció su deuda con el autor de Winesburg, Ohio.
La vida de Sherwood Anderson fue azarosa: dejó la escuela a los 14 años, participó, luchando en Cuba, en la guerra hispano-estadounidense, ejerció diversos oficios y comenzó a publicar cumplidos los 40. Respaldado por una experiencia tan dura, Anderson se atrevió a decir en cierta ocasión que “en el mundo cunde un error muy americano: confundir la calidad con el éxito”. Aunque ambos, calidad y éxito, se conjugaron en este libro, su obra maestra, hoy ha quedado injustamente relegado en la memoria lectora. Así que, si pueden, no pierdan la oportunidad de disfrutar viajando con la imaginación hasta Winesburg, Ohio.
Javier Aspiazu
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