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Lorenza Foschini, jugando con Proust

Esto no es un relato imaginario. Todo lo que se consigna en él ocurrió en realidad”, advierte la autora de El abrigo de Proust en una premisa al libro. También confiesa que mientras llevaba a cabo este trabajo descubrió la importancia que revisten los detalles mínimos: los objetos sin valor, los muebles de dudoso gusto, hasta los viejos abrigos descosidos. Lorenza Foschini, la escritora y periodista que firma esta intriga bibliófila, narra en primera persona cómo accedió a la apasionante historia de El abrigo de Proust cuando hacía una entrevista para un programa de televisión a un diseñador de vestuario, un tal Tosi. Él fue quien la puso sobre la pista de Jacques Guerin, un magnate parisino de los perfumes, que amaba los libros por encima de casi todas las cosas. En 1929 Guerin conoce a Robert Proust, hermano de Marcel, por casualidad y entabla relación con la familia del genio de la literatura, que había fallecido recientemente. El bibliófilo descubre que la familia del autor de En busca del tiempo perdido se propone destruir sus manuscritos y malvender sus pertenencias porque les avergonzaban los textos de Proust y, a qué negarlo, su homosexualidad. Durante años, constante y tozudo, Guerin irá haciéndose con todo aquel legado. Llegará incluso a conseguir su objeto más codiciado: el abrigo de piel de nutria que el friolero Marcel Proust tantas veces vistió, el mismo que usaba como manta mientras escribía su obra maestra tumbado en la cama.

Lorenza Foschini reconstruye con habilidad la vida de Guerin, recrea una época fascinante y convierte su relato en la crónica de una obsesión literaria. “Jacques Guerin -escribe la autora- advirtió que, a su pesar, estaba implicado en una aventura a la que había sido llamado para cumplir la tarea de salvar algo que consideraba precioso”. El abrigo de Proust incluye además fotografías del autor y de sus efectos personales que entusiasmarán a los admiradores del genio francés. Estamos pues ante un delicioso libro sobre libros, muy del gusto de la editorial, envuelto por un halo metafísico. En el postfacio se recoge en una frase el espíritu del afán de Guerin: “Creó la ilusión casi perfecta de que la vida de Proust continuaba. Su fetichismo era el método que le permitía detener el tiempo, echar un manto sobre la muerte y colmar con objetos de diversa índole la nada que Proust denunciaba y, a la vez, superaba en su obra”.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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