“En otra época los Malavoglia habían sido tan numerosos como las piedras en el camino de Trezza, los había hasta en Ognina y Aci Castello, y todos ellos eran buenos y honrados marineros, precisamente todo lo contrario de lo que parecía por el apodo, como tiene que ser. En realidad, en el registro de la parroquia se llamaban Toscano, pero eso no quería decir nada, puesto que desde que el mundo era mundo, en Ognina, en Trezza y en Aci Castello siempre se les había conocido por los Malavoglia, de generación en generación, que siempre habían poseído botes en el mar y casas bajo el sol”.
La novela cuenta la decadencia de una familia de pescadores, los Malavoglia del título, en un periodo de unos diez años, a partir de la unificación italiana de 1860. El patrón Tonio, el patriarca de los Malavoglia, es quien, confrontado con su nieto mayor, mejor expresa los temas fundamentales del texto: el conflicto entre tradición y modernidad, arraigo y emigración, entre la búsqueda de una vida mejor y la fidelidad a los viejos valores. Pero lejos de centrarse solo en ellos, la novela se va convirtiendo en un amplio y animado fresco social donde cada habitante del pequeño pueblo costero de Trezza tiene su voz. Sus labores y preocupaciones cotidianas están recogidas de forma casi documental. Asistimos a los trabajos en el mar, con sus peligros a veces mortales, a la salazón del pescado y su venta, a la competencia entre los jóvenes por encontrar pareja. Y lo más interesante, al descontento con los nuevos impuestos y obligaciones surgidos después de la unificación italiana, algo que provoca frecuentes disputas entre los vecinos.
El estilo de la novela es transparente. La voz del narrador adopta un tono sencillo y sintético, muy cercano al habla coloquial, y se diluye por completo en los hechos contados. De ahí la sorprendente fluidez de la narración, en la que apenas se intercalan descripciones. A menudo son los apodos familiares o personales, muy gráficos, los que mejor caracterizan a los personajes. Asombra también la gran agilidad de los diálogos, escritos originalmente en dialecto siciliano. Verga demuestra un oído finísimo para la lengua de la calle, algo que él consideraba fundamental: “El estudio del diccionario es falso –dijo en cierta ocasión-, allí no se puede aprender el valor del uso. Escuchando, escuchando se aprende a escribir“.
A pesar de alguna decisión discutible, como traducir los nombres de los personajes, la versión más reciente en castellano, la de Editorial Cátedra, es bastante aceptable. No duden en hacerse con ella. Descubrirán que Los Malavoglia es una novela llena de verdad y compasión por los humildes, una obra maestra del “verismo” italiano absolutamente recomendable.
Javier Aspiazu
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